lunes, 31 de marzo de 2008

Dulce María Loynaz y a Rosa Chacel --propuesta de Bea

Yo dejo mi palabra en el aire sin llaves y sin velos.
Porque ella no es un arca de codicia, ni una mujer
coqueta que trata de parecer más hermosa de lo que es.
Yo dejo mi palabra en al aire, para que todos la vean, la
palpen, la estrujen o la expriman.
Nada hay en ella que no sea yo misma; pero en ceñirla
como cilicio y no como manto pudiera estar toda mi
ciencia.

Poemas sin nombre, Dulce María Loynaz


Busca sólo en el centro de tu pecho
Ese lugar o nido preparado
Para mecer al sueño de la vida
La dulce sien del hijo o del amante
Ese lugar o abismo en que está escrito
El sagrado secreto que escuchaste
Dentro del seno donde amaneciste.

Poesía completa, Rosa Chacel


En principio había pensado en otro poema para este mi inicio en pan de humo, pero al hilo de la lectura de Valente y de las reflexiones de Pepo y Fernando sobre la escritura he decidido escoger estos versos de dos de mis autoras fetiche: Rosa Chacel y Dulce María Loynaz, con ellas comparto un sentido de las cosas, unas mismas búsquedas y por eso las cito de manera supersticiosa cada vez que algún evento académico (tesis, concursos…) me obliga a justificar mi relación con mi trabajo, que es la literatura, pero también con mi vida, que es la literatura, pues soy incapaz de pensar en mis clases, mis textos o mis lecturas si no es de manera autobiográfica, poniéndome yo toda cada vez, reescribiéndome continuamente. Rosa Chacel no es una gran poeta, al menos en verso, sí es extraordinariamente buena narradora, aunque en ella poesía/novela son dos cosas que se confunden. Sin embargo, estos versos tomados de un poema muy extenso son para mi la llave de su mundo y en gran medida del mío, tener la capacidad de “mecer el sueño de la vida” o de acercarse a ese “sagrado secreto”, no es fácil, pues montones de estímulos nos lo ocultan cada vez, pero su búsqueda es para mi una constante y me la recuerdo miles de veces cada día. Tiene que ver con esa capacidad de pensar y sentir al que uno ama, mientras se está ocupado en otra cosa, de contemplar la belleza de una puesta de sol en plena Diagonal, cargada de bolsas y rodeada de coches, de saborear la frescura de un comentario de un alumno absolutamente desubicado, que no entendió nada, pero que se implica con lo que ha leído o escuchado y lo convierte en estímulo de vida… con el deseo de hacer a los demás la vida fácil y de demostrarles mi amor, de ser feliz y de vivir cada instante desde lo sencillo, olvidando el ruido continuo de otro mundo que me avasalla, pero que sé que no es el mío. Dice una de “mis monjas” al describir su experiencia mística “conocí lo mínimo”, desde ahí, desde ese lugar que es “la dulce sien del hijo o del amante” construyo y pienso mi vida.

En ella tiene una importancia decisiva la escritura y ahí es donde me identifico con Dulce María Loynaz, en una palabra donde “no hay nada que sea yo misma” (me cuesta llegar a ella, pero la persigo, la academia me confunde a veces, aunque cada vez menos) y que todos puedan palpar y tocar, pues sin contacto no hay vida, la caricia es también una constante en dos autoras y un lema para mi. Pero sobre todo lo que me gusta de los versos de la cubana es la idea de manto frente a cilicio, de algo que se clava en la piel y que es auténtico, que no se puede quitar cuando uno quiera como el manto que se deja caer. Sólo espero que todo este rollo que os he escrito os incite a leerlas, sobre todo a Chacel.

lunes, 17 de marzo de 2008

Juan José Saer --propuesta de marina pérez.


Poesía y narración: Cuando me vi incorporada en la programación de poemas comentados de Pan de humo y me plantée mi aporte, este poema que compartiré con ustedes ahora se me apareció con absoluta certeza. Después dudé porque es muy largo (¡lo lamento Fernando! ¡Prometo ser más breve la próxima!), pero largo y todo creo que merece la pena; además este poema podría ser tachado de “demasiado narrativo”. Sí que es narrativo, si es demasiado o no, creo que es cuestión de gustos; y también se podría decir que es teatral; pero entiendo que es poesía por las iluminaciones que describe y la forma en que las expresa. Y me callo, no quiero decir más nada para no condicionar la lectura, sólo me permito esta brevísima nota contextual: Juan José Saer era argentino (uno de los mejores escritores argentinos contemporáneos), la escena de este poema se desarrolla en Argentina, cuando dice “el siglo pasado” se refiere al XIX, no al XX, y los paraísos son unos árboles. Con ustedes, el poema.




Diálogo bajo un carro a Rafael Oscar Ielpi

Porque entre tanto rigor y habiendo perdido tanto no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor. (“La vuelta de Martín Fierro”)


Estando, por razones políticas, exiliado en el litoral, un poeta argentino del siglo pasado, llamado José, recibió, una mañana, la visita de Rafael su hermano. Comieron un asado con vino negro y, como hacía calor, se echaron a dormir la siesta en el pasto, bajo un carro protegido a su vez del sol por una hilera de paraísos. Los dos tenían camisa blanca, sin cuello, entreabierta en el pecho, arremangada, y el vino, la carne gorda y la resolana los adormecían. Con los ojos cerrados, o protegidos con el antebrazo, entre grandes intervalos de silencio, antes de entrar en el sueño profundo que duraría hasta el anochecer, mantuvieron el siguiente diálogo:

José:
¿Y han de pasar, nomás, para nosotros, los años? ¿Vacilación,
sangre, vacío, habrá sido nomás nuestra suma en el árbol
de las horas? A veces, nadando en el río firme de la fraternidad,
qué tentación, qué tentación, hermano, de echarme a morir,
o separarme para mirar, callándome por fin, desde la orilla, el
delirio.
Estos pueblos se me antojan a veces como un pan en llamas.


Rafael:
Un pan en llamas, sí, un pan en llamas
y una llave en llamas que hubiese debido, inocente, abrir ese pan.
Los tigres comen cruda
la carne que pillan en la matanza
y las cabezas de los mejores se hacen tasajo en la punta de las
picas.
El diablo bendeciría este siglo, si fuera capaz
de bendecir.


José:
Y estamos echados, sin embargo,
en este silencio, a salvo de un sol continuo, implacable,
bajo este dije de paraísos, donde es más denso
el olor de los ríos que el de la pólvora: dos hermanos
que salían, en la infancia, a cazar, y volvían, a la oración,
trayendo una maraña de caseros y las rodillas sangrantes,
dos hermanos que se abrazan cuando lo admite la guerra
y juntan, si pueden, bajo una lámpara, los pedazos de un mismo
recuerdo. La borra de esos momentos será una nación.


Rafael:
Que ha de quitarnos, algún día, hasta el frescor de estas hojas.
Y que, de nuestros sueños, los más oscuros, los que vuelven
continuamente, cada noche, como quisiéramos, en la red
de la pesadilla, que volviese el sabor
de la leche de nuestra madre y que volviese la sombra de su pecho,
de nuestros sueños nos hará,
al borde mismo de la muerte, convictos. No esperábamos, no,
volviendo en el aire lila, a la oración,
con las manos llenas de pájaros y las rodillas que sangraban,
encontrar, en una esquina del tiempo, o de la historia, el pelo
enmarañado de la guerra. Y ya no somos, para nuestra madre
los héroes que vuelven, intactos, entre una suerte de resplandor,
a la casa que crece, sino dos hombres hechos pedazos,
sudorosos, que levantan, por pura costumbre, el fusil,
para gatillar de una vez por todas, y una vez más,
contra la bestia anónima
que come, parsimoniosa, nuestros años. En las ciudades,
no hay más que entrar a un café, o a un negocio,
o pararse unos minutos en una esquina, a mirar la multitud,
ara ver los rastros de la bestia manchando todas las caras.
¡Si hasta los mejores terminan, como lo hemos visto,
con el cuerpo separado de la cabeza! No, decididamente,
no pareciera haber cosas claras por las cuales luchar. Y la
simplicidad
de las víctimas, que por sí sola bastaría,
tomando envión, para cambiar hasta la forma de las estrellas,
¿qué hará de sí misma cuando su sed se haya calmado?
¿Cómo ganar la guerra si nos alimentamos
con el veneno que nos vende el enemigo? Y no nos queda,
sin embargo, otro remedio más que seguir,
ya que el delirio más grande consistiría en pararse,
entre las balas, en el centro
de una red de cuchillos, a repudiar con una voz
más débil que las detonaciones. A veces me sé decir


José:
¡Sht! Se mueven las hojas, y no sopla, sin embargo,
ninguna brisa. Es una forma, propia de los árboles,
de cantar por sí solos, cuando no hay viento, o de hablar,
más bien, en voz baja, en un lenguaje que es de este mundo
y de ningún otro, aunque a menudo no lo entendamos,
y no tenga, aparentemente, traducción.


Rafael:
No oigo nada, nada
más que este siglo ensordecedor; nada, como no sea
el lamento monótono que se levanta de las ciudades,
los grandes golpes del sable contra el cuello del condenado,
el chillido de los monos de etiqueta despedazando
el mapa del mundo, el cotorreo
en las cenas de sociedad, y la jerga de los pedantes. Nada,
salvo una voz que se cuela, a veces, desde la infancia,
para decir, muchas veces, No era esto, No era esto,
y apagarse, en seguida, llorosa, en la oscuridad.


José:
Y sin embargo, saben hablar, algunas veces, los árboles,
con un susurro que viene, de golpe, de las raíces a las hojas,
y las hace temblar. ¿Nunca escuchaste, tampoco,
curva, paciente, la voz del verano, que no habla
en las cosas ni por ellas, sino para sí misma y en sí misma,
en los grandes espacios y en el río de la siesta?
Si hubieses visto, como yo,
al aclarar, venir, desde la nada, los pájaros,
y edificarse, desde la nada, la luz,
recomenzando, trabajosamente, día tras día,
no como consecuencia, sino condescendiendo a las leyes que
observamos,
y recordaras, estremeciéndote, como yo, desde una cama
solitaria, la espuma del amor, bajando,
como una vestimenta nupcial, al encuentro
de su llanto, no quedaría, de esa pesadilla, ni la escoria,
aunque más no fuese por un momento. Porque hay más de una
realidad. Hay más de una realidad
o un nudo, centelleante, de realidad,
que cambia a cada momento y es, sin embargo, único.


Rafael:
Esas voces te salvarán.

José:
Se salvará la voz,
no el que la escucha. Del que la escucha, se salvará,
a lo sumo, el agua de un momento. Y el agua de un momento
no alcanza para calmar la sed ancestral
y nos da, apenas, la sombra del sabor de la comida
servida en alguna parte, sobre una mesa inefable,
lista para un almuerzo al que nadie,
en ningún mediodía, se sentará.


Rafael:
Qué diferencia, la de esa agua, con este vino
que nos hunde en un sueño lleno de miedo,
separándonos, hundiéndonos a cada uno en su cuerpo
como en la fuente de la cólera, de espaldas a un mundo frágil.


José:
Un vino grueso, que no nos deja cantar. En el aire robusto
se borran todos los signos, y hasta el sol se adormece.


Rafael:
Hemos descubierto, una mañana, inesperadamente,
en el patio de nuestra casa, el rastro de la víbora,
trayendo consigo la pesadilla, el horror,
el entresueño, el hambre. La tortura
desplazó, férreamente, al nacimiento,
y en nuestros sueños reinan, rabiosas, las medusas. ¿Después de
esto,
qué vendrá? ¿Qué es lo que habremos de legar?


José:
Aunque de todo este horror edifiquemos
algo más claro y duradero,
habrá sido tan alto el precio
que en comparación nuestro edificio será nada,
y aunque la tierra entera cante con una voz unánime,
mucho más tarde, junto a la mesa servida,
habrá siempre un momento negro sobre una rama del tiempo
donde los sueños convictos de estos siglos ruidosos
recibirán, de los verdugos de sueño, su condena.


Juan José Saer

miércoles, 12 de marzo de 2008

Angel Valente (la propuesta de José Albelda)

ESCRIBIR es como la segregación de las resinas; no es acto,

sino lenta formación natural. Musgo, humedad, arcillas,

limo, fenómenos del fondo, y no del sueño o de los sueños,

sino de los barros oscuros donde las figuras de los sueños

fermentan. Escribir no es hacer, sino aposentarse, estar.



***



XII


Moluscos lentos,

sembrada estás de mar, adentro

de ti hay mar: moluscos del beber

en ti el mar

para que nunca en ti

tuvieran fin las aguas.



***



EL SOL inextinguible en el descenso

a la noche de todo lo creado.


Del útero,

en el resplandeciente cielo de los santos,

y antes que la luz de la mañana

y el sol del antedía, te engendré.


(Prima missa in nativitate)



J.A. Valente; obra poética 2, Alianza literaria…


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Ya que hay precedentes en Pan de humo, ofrezco tres poemas de Valente. Ya sé que hay truco: no se debe alterar el orden de los poemas que el autor ha dispuesto, pues también es poesía su ritmo. Pero valga la licencia para poder lanzar unas pocas ideas que así se ilustran mejor.


Me apetecía comenzar con uno que nos acercara a las claves de Valente, claves que se amplían en Cinco fragmentos para Antoni Tàpies, para quien quiera entrar más en ello. Desde el inicio apunta a la lentitud y al vacío que recibe –esto es un clásico-, pero también recoge algunos de los elementos básicos, generatrices, de su poesía; entre ellos, la luz, el agua, la tierra, y sus múltiples presentaciones y recombinaciones. Y la renuncia a vuelos fatuos.


Luego he optado por dos poemas de extensión intermedia. No los más breves, aquellos que nos impactan como flecha certera –ese sentimiento que se ha descrito en otros comentarios-; ni los más largos, con mayor complejidad narrativa. Sin extenderme, admiro cómo habla de lo humano a través de sus claves, tan versátiles. Fascinación si se entra de verdad en el poema, e intensidad. Palabras peligrosas cuando se refieren a poesía, pero me arriesgo a usarlas. Entre la flecha y lo extenso, la compresión del sentido.



jueves, 6 de marzo de 2008

Ufff!!! Muchas sugerencias para responderlas todas en un solo comentario... Dos cosas muy rápidas de aperitivo, y prometo volver a entrar con un resopón. Se pregunta Paul de Man desde Nieztsche: ¿Cómo separar a la bailarina de la danza?.Creo que eso mismo funciona en la pareja poesía/realidad del primer fragmento, así que discrepo en que la poesía sea "belleza", y en que ambos elementos poesía/vida, sean separables, al menos vuestros poemas y comentarios, en general este blog, me dicen que es imposible separar a la bailarina de la danza.Sí que estoy de acuerdo en que en el amor todo ha de ser profecía, es más extiendo esto a cualquier actitud vital, las promesas poco valen, porque hacen actuar una máscara, que es la de esos padres que no se reconocen, en la profecía la máscara cae parcialmente o al menos se toma conciencia de su existencia.

Menú degustación (propuesto por Azahara)

Para abrir boca…

Poéticas del vacío

VI

(Hay más poesía que realidad,

por eso apenas puede decirse.

por eso todo rebasa, no desde sí,

en sí.)


Hugo Mújica. Poéticas del vacío. Ed. Trotta

Comentario:

Este poema te reclama en positivo. Da cuenta de las posibilidades, en un instante. Así veo también la poesía. Belleza más que realidad. Y es tan difícil explicarla… tan bella sentirla, que te supera, no desde ella sino toda ella, en sí misma.

Como entrantes…

10

Me he escondido debajo de las piedras

junto a los escorpiones

para que no me encuentres o encuentres la muerte.

Míriam Reyes. Espejo negro. Ed. DVD Poesía


Comentario:

Este poema no es que se clave, es que te atraviesa. Esconderse debajo de algo como una piedra (inerte, fría, sin vida…), como se esconden los escorpiones (animales que saltan en cuanto se ven amenazados y te atacan ipso facto,- sin preguntas, (evidente)- con la única finalidad de inyectar su veneno mortífero). Y se esconde sólo para que no la encuentres (te da la oportunidad de que desistas en la búsqueda) pero si te empeñas… y la encuentras, que sepas que sólo cabe la posibilidad de encontrar la muerte.

Rápido, sintético y sin miramientos.

Nota personal: Este comentario se autodestruirá pasados 5 segundos.

Que, que…

No me digas que no tiene tela…

Primer plato…

I

Mi padre enfermo de sueños

En el asfalto incandescente de cien mil mediodías

[caminados

Bajo el sol en vertical

Perdió sus pies

Y apoyado en sus rodillas sigue buscando

El camino de vuelta a casa.

Mi padre sueña,

Rendido por el cansancio,

Que vuelve a su tierra y planta sus piernas y le crecen

[pies jóvenes

Y la savia de su tierra negra le alivia el dolor

[de las arrugas

Y resucita sus cabellos muertos.

Luego despierta en un piso alquilado a la ciudad

[de los huracanes de la miseria

Y blasfema y maldice y no tiene amigos.

Escondido en la noche

papá llora por las certezas que lo defraudaron.

Del otro lado de su piel

mamá llora por mamá

mamá llora por su casa que ya no habita

y por paz y reposo y risa.


Papá y mamá lloran

cada uno a espaldas del otro en la cama

en el más crudo estruendoso hermoso silencio

que modula en frecuencias infrahumanas

sonidos que se articulan como palabras:

si aquí no están mis sueños

cómo puedo dormir aquí”.

Y que sólo yo escucho

con la cabeza enterrada en la almohada.


Concebida de la nostalgia

nací con lágrimas en el sexo con tierra en los ojos

[con sangre en la cabeza.



No soy lo que soñaron

como tampoco lo son sus vidas.


Comentario:

Por seguir un poco con el hilo temático del ahnelo y de la melancolía que intuyo… creo que nuestro carácter, nuestras posibilidades van muy ligadas a lo que los demás esperan de nosotros mismos y de la idea preconcebida también de lo que nosotros esperamos de los demás.

El final del poema, me sugiere dos cosas: la primera es la de que si no nos centramos en saber qué es lo que buscamos nosotros mismos para nuestra vida, no somos felices. A medida que maduramos así, nos damos cuenta de que somos reproche. Nuestros sueños se conviertieron en sueños (“si aquí no están mis sueños/cómo puedo dormir aquí”) ynadamás y, la segunda: lo que es peor. Dejamos herencia en los descendientes. Herencia cultural y emocional. Claro ejemplo en “Concebida de la nostalgia/nací con lágrimas en el sexo con tierra en los ojos/con sangre en la cabeza”.

De esta forma, el círculo de desesperanza, melancolía, o trenes que perdimos… se hereda… se vicia.


Segundo plato…

20

Te amaré hasta el hastío.

No es una promesa,

es una profecía.

Míriam Reyes. Espejo negro. Ed. DVD poesía


Comentario:

Este es el ejemplo de poema-machete, que intenté explicar en uno de los comentarios.

Se me clava. Aquí veo convencimiento puro. Amor hasta hartarse.

Sin promesas que son futuribles corpóreos, extraídos de uno mismo. La promesa se convierte en profecía, en augurio, en futuro inevitable, externo a nosotros mismos. Rendición en su sentido más absoluto.


Ahora mismo son las 22:16 horas y, al parpadear el día adormilado, no suelo tomar postre.

Al día siguiente….

Cuando leo poesía, intento buscar un momento concreto del día que nada tiene que ver con el tiempo, sino más bien con el espacio. El espacio que necesito cubrir cuando leo poesía. Busco el momento determinado. Esa intuición que te viene dada por el olfato. Me siento, a solas y compongo el espacio de una forma particular: me coloco un paréntesis a mi izquierda y otro a mi derecha. Y no dejo que nadie entre en él durante mi espacio. (jiji) Así puzzleo mi mente y juego un ratito en mi casita de playmóvil, como cuando era enana y disponía de todo el espacio del mundo para perder el tiempo.