Pienso en las cosas que pudieron ser y no fueron.
El tratado de mitología sajona que Beda no escribió.
La obra inconcebible que a Dante le fue dada acaso entrever,
Ya corregido el último verso de la Comedia.
La historia sin la tarde de la Cruz y la tarde de la cicuta.
La historia sin el rostro de Helena.
El hombre sin los ojos, que nos han deparado la luna.
En las tres jornadas de Gettysburg la victoria del Sur.
El amor que no compartimos.
El dilatado imperio que los Vikings no quisieron fundar.
El orbe sin la rueda o sin la rosa.
El juicio de John Donne sobre Shakespeare.
El otro cuerno del Unicornio.
El ave fabulosa de Irlanda, que está en dos lugares a un tiempo.
El hijo que no tuve.
Jorge Luis Borges
Decir qué poemas son mis preferidos es decir algo de mi, y se me hace difícil. Este poema lo escuché (antes de leerlo!) en un Coloquio de Filosofía en Bariloche. Por alguna extraña razón mi contacto con la literatura es un poco como Pan de Humo, fragmentario, mediado por amigos, familia y colegas filósofos... soy un desastre! Este poema lo leyó un colega y su exposición estuvo destinada a él íntegramente, les recomiendo leer la publicación de su agudo comentario en la revista Dianoia (http://dianoia.filosoficas.unam.mx/info/2005/54-McDermid.pdf) La verdad es que no me acuerdo muy bien qué decía el autor, pero me fascinó (imagínense, un canadiense, hablante nativo del inglés, hablando sobre literatura argentina, en perfecto castellano, con acento mexicano, en la patagonia, en medio de un aburridísimo congreso de ponencias todas perfectamente académicas y predecibles!)
Pero las reglas de Pan de Humo son poner un comentario personal, y aquí va.
Este poema me produce una doble intranquilidad. Una curiosidad cósmica (cómo habría sido la historia -de la filosofía por ejemplo- sin la cicuta de Sócrates). Pero también una angustia íntima al recordarme algo que sé pero con lo que me resigno a vivir: que hoy el pasado no podría haber sido más que como de hecho fue. La fatalidad del pasado, digamos. El hijo que no tuve. El árbol que no planté, el libro que no escribí. Tengo tres hijos. Nunca aborté (lo que es simplemente una contingencia en mi vida). Pero sin embargo es un hecho sustantivo acerca de mi que hay un hijo que no tuve. Yo soy (también) lo que no hice, lo que no me pasó, lo que dejé de lado (el hijo que no tuve, el libro que no leí, la música que no escuché, la amistad que no cultivé, el amante que no tuve, los momentos que no compartí con los afectos que están lejos, lo que no le dije a X, mi ausencia en algún momento de la vida de alguien). Y que me llamen la atención sobre lo que no fue y no será me perturba. Y aún aunque tenga un cuarto hijo mañana él no va a ser el hijo que no tuve. Ese nunca va a estar. Y esto no tiene nada que ver con haber decidido no tener más hijos (como en mi caso). Es simplemente la constatación de un hecho (¿metafísico?) profundo de nuestras vidas, la infinita contingencia de lo que somos y lo que no.