miércoles, 25 de junio de 2008

Blanca Varela -propuesta de Pablo

ESCENA FINAL


he dejado la puerta entreabierta

soy un animal que no se resigna a morir

la eternidad es la oscura bisagra que cede

un pequeño ruido en la noche de la carne

soy la isla que avanza sostenida por la muerte

o una ciudad ferozmente cercada por la vida

o tal vez no soy nada

sólo el insomnio y la brillante indiferencia de los astros

desierto destino

inexorable el sol de los vivos se levanta

reconozco esa puerta

no hay otra

hielo primaveral

y una espina de sangre

en el ojo de la rosa.



IDENTIKIT


la oscura materia

animada por tu mano

soy yo




Lo primero Hola a todos. Paso por fin de ser un mirón en el blog a participar de forma escrita. Espero que este momento que he encontrado por fin para escribir esta justificación de la propuesta sea en el futuro el lugar para poder participar de una forma más activa.

También a mí me pasa que desde que recibí la invitación para formar parte de este blog he recuperado lecturas que el ritmo habitual de los días y el nacimiento de mis dos hijos relegaron a segundo plano. Lo más complicado ha sido poder decidir qué proponer. Afortunadamente la limitación propuesta ha venido a socorrerme.

Blanca Varela me produce siempre vértigo y sensaciones contradictorias. Aprovechando una frase del artículo de Joseph Brodsky que ha enviado por mail Marina, creo que lo que me sucede con Varela es que me recuerda mi propia situación en el mundo, el equilibrio entre el espacio y el cuerpo. El problema es lo precario y lo inestable de ese equilibrio que creo que queda plasmado de forma magistral en los poemas de Varela: el abandono a lo irreparable y la resistencia animal a dejarse llevar, la eternidad como chirrido que resuena en la noche de la carne, la nada probable que soy en mitad de la fabulosa y resplandeciente indiferencia de lo que efectivamente va siendo. Me seduce la sugerencia constante de que la única salvación para nuestro oscuro vacío existencial está en la piel y la carne.

El segundo poema siempre me había causado estupor: no sólo soy materia, sino materia inanimada y oscura que tu mano anima. Tu mano, que no es la mía, que no soy yo, llega desde fuera a animarme como materia, a darme vida, a llenarme de contenido, a darme sentido, con lo que mi ser es necesariamente ser otro, de otro, para otro, y en ese ser otro perderse. El colmo de esa perdida de sí era, además, la confesión desnuda de todo ello en el poema y lo peor de todo era el "sí" inicial; la confirmación de que no puede ser de otra manera. Siempre había leído este poema desde la perspectiva del deseo, de la entrega amatoria hasta lo irreparable. Sin embargo, cuando volví a este poema hace un par de meses, otro sentido me asaltó: también esa sensación es la que me hace vivir como vivo desde que nacieron mis hijos, Martina y Bruno, y la perspectiva de la pérdida me desvela la certeza de que no soy, o no sería, en ese caso, más que oscura materia inanimada, y de que son ellos, y sus manitas, los que sin duda me animan.

Espero que en esta propuesta haya humo para todos. Un saludo.

miércoles, 18 de junio de 2008

Rainer M. Rilke -propuesta de Carmen

LA PANTERA


Su mirada, de tanto ver pasar los barrotes,

está tan cansada que ya nada retiene.

Para ella es como si hubiera mil barrotes

y tras los mil barrotes no hubiera mundo.


El blando andar de sus vigorosos pasos elásticos,

que va trazando un círculo minúsculo,

es como una danza de fuerza alrededor de un centro,

donde una voluntad gigantesca yace embotada.


Sólo a veces el telón de sus pupilas

se levanta en silencio. Entonces penetra una imagen,

se desliza por la tensa calma de los miembros,

y al llegar al corazón deja de ser.

.......................... (Traducción de Joan Parra)


Me gustaría haber sido capaz de elegir un poema, pero hace tiempo que entendí que con la poesía no soy yo la que manda, ni mucho menos la que elige. La poesía me ha abierto puertas, ventanas y accesos a lugares a los que nunca creí que fuera a asomarme, pero no a voluntad propia, ella decide cómo, cuándo y dónde. A no ser que alguien como vosotros me sirva de guía para llegar a sosegarme en espacios tan poco frecuentados por mi como ciertos cuadros de Millais…

Estos últimos días, al abrir la puerta de mi casa he vuelto a encontrarme con la pantera. También al entrar en el coche, como una vieja amiga que está esperando. Y en el portal, allí también he visto a la pantera. Parece ser que ha venido a quedarse conmigo una temporada.

Os envío esta pantera que ha elegido visitarme en junio con un abrazo cariñoso y agradecido en general y un poco más especial a Fernando y Nuño: callo mucho, pero escucho siempre y os he oído. Gracias.

miércoles, 11 de junio de 2008

Anna Ajmátova -propuesa de Javier Gil

RÉQUIEM [1935-1940]


No me amparaba ningún cielo extranjero,

no, alas extranjeras no me protegían.

Estaba entonces entre mi pueblo

y con él compartía su desgracia.

(1961)



En vez de Prólogo


Diecisiete meses pasé haciendo cola a las puertas de la cárcel, en Leningrado, en los terribles años del terror de Yezhov. Un día alguien me reconoció. Detrás de mí, una mujer –los labios morados de frío- que nunca había oído mi nombre salió del acorchamiento en que todos estábamos y me preguntó al oído (allí se hablaba sólo en susurros):

- ¿Y usted puede dar cuenta de esto?

Yo le dije:

- Puedo.

Y entonces algo como una sonrisa asomó a lo que un día había sido su rostro.

(Leningrado, 1 de abril de 1957)



Dedicatoria


Puede una pena así mover montañas

y detener la corriente de un gran río,

pero no puede quebrar con su fuerza los cerrojos

que nos separan de las celdas y los presos

llenos de angustia mortal.

Hay quien respira el fresco de la brisa,

hay quien siente la dulzura del sol cuando se pone,

pero nosotras, compañeras en la desdicha,

oímos sólo el sonido ominoso de las llaves

y los pasos de plomo del soldado.

Nos levantábamos como para la misa del alba,

cruzábamos la ciudad embrutecida

y, más muertas que vivas, nos encontrábamos allí.

Se acortaban las horas de sol, la niebla pesaba sobre el Neva,

pero aún la esperanza cantaba a lo lejos.

La sentencia… Brotan de pronto lágrimas

y una mujer se siente fuera del grupo;

como si le hubieran arrancado el corazón y brutales

lo arrojaran al suelo, para luego soltarla,

así camina, tambaleándose… sola.

¿Dónde están hoy aquéllas con quienes sin querer

compartí mis dos años de infierno?

¿Qué formas adivinan en las ventiscas de Siberia?

¿Qué presagios en el aro de la luna?

A ellas envío mi adiós.

(Marzo de 1940)



Introducción


[…]


I

De madrugada vinieron a buscarte.

Yo fui detrás de ti como en un duelo.

Lloraban los niños en la habitación oscura

y el cirio bendito se extinguió.

Tenías en los labios el frío del icono

y un sudor mortal en la frente. No olvidaré.

Me quedaré, como las viudas de los soldados del zar Pedro,

aullando al pie de las torres del Kremlin.

(1935)


2

Apacible fluye en Don apacible.

Amarilla la luna entra en mi casa.

Entra, ladeada la gorra;

la luna amarilla percibe una sombra.

Esta mujer está enferma,

esta mujer está sola.

Su marido, en la tumba; su hijo, en la cárcel.

Rezad por mí.


[…]


5

Diecisiete meses hace que grito

llamándote a casa.

Me he postrado a los pies del verdugo,

hijo mío, terror mío.

El mundo entero es confusión

y yo ya no sé distinguir quién es la bestia

y quién el hombre.

¿Cuánto falta para la ejecución?

Quedan sólo flores polvorientas, el rumor

de la lámpara de incienso, y huellas

que no llevan a ninguna parte.

Directa a los ojos me mira,

mal augurio de una muerte cercana,

una inmensa estrella.

(1939)



[…]


7

La sentencia


Cayó la palabra de piedra

en mi pecho aún vivo.

No es grave, estaba preparada,

posiblemente me acostumbraré.


Hoy tengo mucho, mucho que hacer:

he de matar la memoria,

volver de piedra el corazón,

he de aprender a vivir de nuevo.


Y si no… El cálido rumor del verano

es una fiesta tras la ventana.

Desde hace tiempo tenía el presagio:

un día claro y la casa vacía.

(22 de junio de 1939)


[…]


9

Ya la locura levanta su ala

y cubre la mitad de mi alma,

me embriaga con el vino que quema

y me atrae al valle sombrío.


He comprendido que debo

aceptar su victoria,

escuchar mi desvarío

como si fueran delirios de otro.


Sé que no ha de permitirme

llevar nada conmigo

(es vana mi súplica,

la enfurecen mis ruegos):


ni los terribles ojos de mi hijo

-de dolor hecho piedra-,

ni la tormenta estallando aquel día,

ni la hora del encuentro ante las rejas,


ni la fresca dulzura de sus manos,

ni la sombra temblorosa del tilo,

ni el rumor leve, lejano,

de una última palabra de consuelo.

(Casa del Fontanka, 4 de mayo de 1940)


[…]



Epílogo


1.

He aprendido cómo se hunden los rostros,

cómo bajo los párpados late el miedo,

cómo surca el sufrimiento las mejillas

con trazo rígido de signos cuneiformes;

cómo los negros rizos y los rizos de oro

de repente se vuelven pálida plata,

cómo huye del labio dulce la sonrisa

y en la risita seca halla eco el terror.

Si ruego, no es sólo por mí: ruego

por todas nosotras, hermanas -en la desdicha- mías,

en el frío feroz y en el ardor de julio,

al pie de muros rojos que permanecieron sordos.




Comentario

Al igual que le ocurre a Jesús, el calorcito de esta comunidad me ha devuelto una reconfortante sensación de antaño, cuando de joven me embelesaba a gusto con la lectura de poesía. Y debo deciros que a menudo me he quedado atónito por el modo en que en este foro se hilvanan con aguja de cristal asociaciones exquisitas y juicios atrevidos en lecturas perspicaces. Así que también debo deciros que hoy me siento como un elefante en una cristalería. Lo digo más que nada por la etimología –entre tanto se engrosó mi piel- y porque temo cortarme torpemente –como ahora- con mis propias palabras. Por ello me protegeré con las palabras de otros. Con todo, es gratificante comparecer por fin ante lectores como vosotros con un poema como el que os propongo.

He leído a Anna Ajmátova (1889-1966) recientemente, gracias a un amigo que me prestó una antología poética con traducción y selección de Olvido García Valdés y Monika Zgustova. Cedí con facilidad ante el consejo de mi amigo por su enfática descripción de esa generación desdichada de poetas rusos disidentes que mantuvieron el tipo hasta el final -la propia Ajmátova compuso trágicos poemas sobre esa conciencia generacional- y por sus no menos enfáticas alusiones a la famosa noche de Isaiah Berlin con Ajmátova en la casa de esta última, entre el 13 y el 14 de noviembre de 1945 en Leningrado -de lo cual también da testimonio un buen racimo de poemas de Ajmátova-. Aquella noche les marcó a ambos profundamente. La pasión anticomunista y ciertas trazas del liberalismo de Berlin estuvieron íntimamente unidas a su reconocimiento de ese grupo de disidentes rusos y, en particular, a su visita a Ajmátova. Según leo en la biografía de Michael Ignatieff (Isaiah Berlin. Su vida, Taurus, Madrid, 1999), en ella encontró un reproche “incontaminado”, “indómito” y “moralmente impecable” para los marxistas que creían que el individuo no podía enfrentarse a la marcha de la historia; y en ella encontró también el ejemplo vivo de que la libertad negativa no era -como defendía John Stuart Mill- la condición necesaria del perfeccionismo humano, de que éste podía sobrevivir en las condiciones más hostiles para la libertad.

En su encuentro con Ajmátova, ésta le recitó algunos de los poemas que hasta entonces componían su Réquiem. Trato de imaginar la excepcionalidad de la situación.

En numerosas ocasiones, Ajmátova quemaba los poemas que recitaba ante su íntima audiencia para evitar pruebas que pudieran incriminarla. Personalmente me conmueve la rebeldía y la intención anamnética de Réquiem, ese poder recuperador de la palabra (“¿Y usted puede dar cuenta de esto? Yo le dije: Puedo”) que, a través de la recreación poética del sufrimiento personal, trata de mantener a toda costa el lazo maltrecho de la solidaridad herida, pese a un mundo que le es absolutamente adverso (“El mundo entero es confusión / y yo ya no sé distinguir quién es la bestia / y quién el hombre”). En relación con esto quiero poner a vuestra consideración tan sólo una cuestión.


Ya la locura levanta su ala

y cubre la mitad de mi alma,

me embriaga con el vino que quema

y me atrae al valle sombrío


Comentando este pasaje, Olvido García Valdés hace la siguiente reflexión: “Señaló Jospeh Brodsky en esta obra un rasgo que es, en realidad, inherente a cualquier obra que trabaje con materiales autobiográficos de dolor y de muerte: se trata del desdoblamiento, la escisión que siente quien escribe entre la experiencia personal del dolor y la contemplación estética de esa experiencia, una escisión que puede acercarse a la locura… Lo terrible para quien vive una situación semejante a la de Ajmátova es la imposibilidad de reaccionar en proporción a los hechos. La expresión del dolor, la descripción –en su caso- de los horrores del terror estalinista, requieren de quien habla cierta separación, cierto proceso de racionalización, una frialdad contemplativa, que quien al mismo tiempo sufre no puede evitar reprocharse, echarse en cara; la contemplación del propio sufrimiento con fines de escritura es lo que genera enajenación”.

Supongo que este motivo está detrás de la sentencia de Adorno de que “no se puede escribir poesía después de Auschwitz” y de buena parte de la creación que ha tratado de hacerse cargo del mal radical. Se me viene a la memoria la película Andrei Rublev de Tarkovski, donde creo advertir que sólo la plena conciencia de esa disociación, que alcanza al compromiso mismo del autor con su creatividad, le da a éste en determinadas circunstancias el criterio de la autenticidad y la determinación para, pese a todo, superar valientemente la opción del silencio.



miércoles, 4 de junio de 2008

Wallace Stevens -propuesta de Jesús Vega


Wallace Stevens. Notes towards a supreme fiction

It Must Be Abstract


I

Begin, ephebe, by perceiving the idea
Of this invention, this invented world,
The inconceivable idea of the sun.

You must become an ignorant man again
And see the sun again with an ignorant eye
And see it clearly in the idea of it.

Never suppose an inventing mind as source
Of this idea nor for that mind compose
A voluminous master folded in his fire.

How clean the sun when seen in its idea,
Washed in the remotest cleanliness of a heaven
That has expelled us and our images . . .

The death of one god is the death of all.
Let purple Phoebus lie in umber harvest,
Let Phoebus slumber and die in autumn umber,

Phoebus is dead, ephebe. But Phoebus was
A name for something that never could be named.
There was a project for the sun and is.

There is a project for the sun. The sun
Must bear no name, gold flourisher, but be
In the difficulty of what it is to be.


Wallace Stevens. Notas para una ficción suprema

Debe ser abstracto

I

Empieza, efebo, por percibir la idea
de esta invención, este mundo inventado,
la inconcebible idea del sol.

Debes hacerte de nuevo un hombre ignorante
y ver con ojo ignorante el sol de nuevo
y verlo claramente en la idea de sol.

Nunca supongas que una mente inventora es la fuente
de esta idea ni compongas para esa mente
un voluminoso dueño envuelto en su fuego.

Qué limpio el sol cuando visto en su idea,
lavado en la más remota limipieza de un cielo
que nos ha expulsado con nuestras imágenes....

La muerte de un dios es la muerte de todos.
Yazga el purpúreo Febo en cosecha umbría,
dormite y muera Febo en umbría otoñal,

Febo ha muerto, efebo. Pero Febo fue
un nombre para algo que nunca pudo nombrarse.
Había un proyecto para el sol y lo hay.

Hay un proyecto para el sol. El sol
no debe tener nombre, florecedor de oro, sino ser
en la dificultad de lo que él va a ser.


It must change


VII

After a lustre of the moon, we say
We have not the need of any paradise,
We have not the need of any seducing hymn.

It is true. Tonight the lilacs magnify
The easy passion, the ever-ready love
Of the lover that lies within us and we breathe

An odor evoking nothing, absolute.
We encounter in the dead middle of the night
The purple odor, the abundant bloom.

The lover sighs as for accessible bliss,
Which he can take within him on his breath,
Possess in his heart, conceal and nothing known.

For easy passion and ever-ready love
Are of our earthy birth and here and now
And where we live and everywhere we live,

As in the top-cloud of a May night-evening,
As in the courage of the ignorant man,
Who chants by book, in the heat of the scholar, who writes

The book, hot for another accessible bliss:
The fluctuations of certainty, the change
of degrees of perception in the scholar's dark.


Debe cambiar

VII


Después de un brillo de la luna, decimos
que no necesitamos de ningún paraíso,
que no necesitamos himno seductor alguno.

Es verdad. Esta noche las lilas magnifican
la fácil pasión, el amor siempre presto
del enamorado que tenemos dentro y aspiramos

un olor que no evoca nada, absoluto.
En plena mitad de la noche nos encontramos
con el olor purpúreo, la abundante floración.

El enamorado suspira como por la dicha accesible,
que puede al aspirar llevar dentro de sí,
poseer en su corazón, ocultar y conocido nada.

Porque la fácil pasión y el amor siempre presto
son de nuestro nacimiento terreno y de aquí y ahora
y de donde vivimos y de todas las partes en que vivimos,

como en la nube cimera de una noche-tarde de mayo,
como en el valor del hombre ignorante,
que canta según el libro, en el ardor del docto, que escribe

el libro, ardiendo en deseos de otra dicha accesible:
las fluctuaciones de la certidumbre, el cambio
de grados de percepción en la oscuridad del docto.


It Must Give Pleasure

VI

When at long midnight the Canon came to sleep
And normal things had yawned themselves away,
The nothingness was a nakedness, a point,

Beyond which fact could not progress as fact.
Thereon the learning of the man conceived
Once more night's pale illuminations, gold

Beneath, for underneath, the surface of
His eye and audible in the mountain of
His ear, the very material of his mind.


So that he was the ascending wings he saw
And moved on them in orbit's outer stars
Descending to the children's bed, on which

They lay. Forth then with huge pathetic force
Straight to the utmost crown of night he flew.
The nothingness was a nakedness, a point

Beyond which thought could not progress as thought.
He had to choose. But it was not a choice
Between excluding things. It was not a choice

Between, but of. He chose to include the things
That in each other are included, the whole,
The complicate, the amassing harmony.


Debe dar placer

VI

Cuando a la medianoche larga el Canónigo se fue a dormir
y las cosas normales a bostezos se hubieron hecho desaparecer,
la nada era una desnudez, un punto,

más allá del que los hechos no podían progresar como hechos.
Por consiguiente el saber del hombre concibió
una vez más las pálidas iluminaciones de la noche, el oro

por debajo, muy por debajo, de la superficie de
su ojo y audible en la montaña de
su oído, el material mismo de su mente.

De modo que él era las alas ascendientes que veía
e iba sobre ellas por los astros exteriores de las órbitas
descendiendo al lecho de las niñas, sobre el que

yacían. Entonces con enorme patética fuerza
voló directamente a la corona extrema de la noche.
La nada era una desnudez, un punto

más allá del que el pensamiento no podía progresar como pensamiento
Tenía que elegir. Pero no era una elección
entre cosas que se excluyen. No era una elección

entre, sino de. Eligió incluir las cosas
que están una en otra incluidas, el todo,
la complicada, la acumuladora armonía.


He de agradecer a vuestra pasión por la poesía el que haya regresado sobre lecturas que había abandonado hace años, y con ellas recupero una parte de esa intimidad con la palabra que sólo el ritmo poético puede darnos. Lo más adecuado -me parecía- era volver sobre los últimos poemas leídos entonces. Os ofrezco tres cantos del largo poema Notas para una ficción suprema de Wallace Stevens. Cada uno pertenece a una de las secciones del poema. Perdonaréis mis tímidos y escasos comentarios, mi falta de voz poética. ¿Es la suprema ficción la poesía misma? La poesía restituye la realidad en su plenitud, y la plenitud la alcanza en la idea. Ni imágenes ni nombres, ni la mente creadora, dan forma a esta realidad plena. La ficción suprema debe ser abstracta, cambiar y dar placer. El ritmo poético es una especie de ritmo cósmico, la esencia de las cosas es cambiante en la idea del poema. Música, movimiento, fuerza, transformación, metáfora: formas de la novedad del mundo, formas del propio poema. En el poema desaparecen las cosas ordinarias y en la desnudez del mundo busca descubrir lo real despojándose de vacuas ficciones impuestas por el pensamiento. Los cantos elegidos espero que reflejen, al menos en parte, este extraño orden y armonía de la ficción suprema. Debemos a Javier Marías la espléndida traducción.