miércoles, 21 de octubre de 2009

Joan Margarit | propuesta de Gonzalo

PAISATGE DE LA CONCA
(Solivella, Blancafort)


Són dos pobles colgats entre les vinyes.
Entre ells no es veuen: són els cementiris
que, dalt dels seus turons, es miren des de lluny.

El teu dolor i el meu s'oculten
com ho fan aquests pobles.
I la filla que no veurem mai més
és la qui ens mira des dels nostres ulls.

Costa entendre la vida, no la mort.
En la mort no s'amaga cap enigma.

.....................***

PAISAJE DE LA CONCA
(Solivella, Blancafort)

Ocultos por viñedos, los dos pueblos
no se alcanzan a ver el uno al otro.
Sus cementerios son los que se miran
desde sus dos colinas, a lo lejos.

Como estos pueblos, tu dolor y el mío
se ocultan. Y la hija
que ya no volveremos a ver nunca
es quien nos mira desde nuestros ojos.

Cuesta entender la vida, no la muerte.
La muerte nunca encierra enigma alguno.


Joan Margarit
Cálculo de estructuras



Comentario:

Hola a todos. Siempre he tenido ganas de compartir a Joan Margarit con vosotros, pero hace un año, en septiembre del 2008, lo hizo Fernando con el poema Venecia, así que he esperado un tiempo para darme el gusto. Y el gusto es, aun con sencilla y contundente hondura poética, amargo donde los haya. Cuando me hastío de la filosofía acudo a la poesía en busca de verdades rotundas como relámpagos. Desde que conozco este poema me han estremecido los dos versos finales, claros e incontestables. Uno los lee y parece saber eso desde siempre... pero es mentira, no lo sabemos, no podemos saber una verdad tan sencilla. Nuestra vida, nuestra rutina semanal, indica que nada sabemos del vivir(nos) y del morir(nos). Esos versos, ¡qué falsos suenan en mi boca! Hay que haber vivido mucho, muchas muertes tienen que sufrirse, para poder escribir verdades como estas.

Me gusta mucho en este poema la sencillez de la imagen y su riqueza. Es muy fácil, con unos versos finales como estos, parecer trágico o impostado. Pero en el poema de Margarit todo resulta fácil y evidente por la delicadeza y pocas palabras con que nos ofrece la imagen de los pueblos en relación con su experiencia. Una experiencia de impotencia (la hija que ya no volveremos a ver nunca) ante la ausencia de enigma de la muerte. Al final, el que permanece vivo, vivo con una ausencia, es el que nunca entenderá nada de lo que le pasa, el que oculta su dolor y, en fin, el que más que mirar se siente mirado por la hija perdida. ¿Se puede decir más con menos palabras?

4 comentarios:

Nuño dijo...

Eso es, Gonzalo, lo que aquí estamos palpando, el don de la poesía. Y además, el don de nombrar lo innombrable, lo que comunmente nos inunda, la realidad decimos, la vida que nos avasalla, que vivimos sin decir su nombre porque no hace falta para vivir, pero sí para saber y sentirse vivir. Es como esa oscuridad que nos envuelve y que de repente, una luz fugaz la disuelve y todo se nos muestra en sus propios límites. Eso es la poesía de J.M., una luz fugaz que nos muestra la realidad que somos, a veces tintada de desamor, de dolor, de pérdida, de dura intemperie y, otras, de amor y cálidos recuerdos. Poética del azar que si todavía mantiene el aliento de Gabriel Ferrater y Gil de Biedma (muy lejos de "refinamiento de Gimferrer), muestra sin embargo la singularidad de humanizar la geografía en el marco de un sutil equilibrio en el que lo físico (Solivella y Blancafort,ay, aquellos vetustos rincones de aires carlistas) y lo humano parecen repetir el mismo comportamiento ("El teu dolor i el meu s´oculten/como ho fan aquests pobles"). Ese sublime "la qui ens mira des dels nostres ulls" es la muestra de ese juego tan sutil en que las emociones y las sensaciones nunca se exageran y si se expresan lo hacen con una cierta timidez.
Hay que agradecer a J.M. que sea su propio traductor, un gesto digno de consideración y muy significativo. Me quedo con el texto en catalán. En castellano resulta más blando: sujetarse a la métrica provoca estas debilidades. No encuentro razones a la traducción que hace el poeta de "s´amaga".
Salud para tod@s.

gotamarina dijo...

Me gusta mucho este poema. Cuando lo leí por primera vez, como no conozco el lugar geográfico real que nombra, imaginé dos pueblos junto al mar, algo así como una bahía grande con dos pueblos mediterráneos de paredes blancas cada uno en una punta de la bahía, y los cementerios de cada uno de ellos en lo alto de cada una de las colinas que enmarcan las colinas. Después busqué el paisaje real y por lo que vi no es así, no es un paisaje marítimo sino un paiasje de tierra adentro, tierra de viñedos. Y sin embargo la imagen inicial que provocó en mí este poema sigue funcionando, y si funciona tanto es, creo, porque una de las cosas que me atrapa de este poema es su simetría. Los pueblos son simétricos entre sí, como reflejados en un espejo, las personas también las siento una frente a la otra mirándose como en un espejo, y los pueblos reflejan a las personas... todo me parece muy simétrico. Primero los pueblos están personificados, y luego son las personas las que imitan a los pueblos... Es curioso, mientras escribo esto me pregunto de dónde saqué que padre y madre, marido y mujer se miran el uno al otro, no está explícito. Podría ser que la hija que ya no está NOS mire a cada uno de nosotros a través de nuestros propios ojos, pero a nosotros mismos, no al otro. En ese caso el dolor queda adentro de cada uno y es algo entre cada progenitor con su hija perdida; pero lo primero que leí, y que me sigue pareciendo muy potente, es que marido y mujer se miran el uno al otro y no pueden hablar de su dolor ni expresarlo el uno al otro, el dolor queda dentro de cada uno, escondido, como los pueblos, pero presente, tan presente que aunque no digan ni una palabra, aunque eviten hablar de la hija perdida, aunque eviten mirarse, en cada mirada y gesto del otro cada uno siente a la hija perdida presente como una herida abierta. Una ausencia los moldea. Me gusta mucho tanta contención, como dice Gonzalo, con cuán poco puede decir tanto. También como a Gonzalo los dos versos finales me suenan a una de esas verdades que todos sabemos pero de las que no somos concientes hasta que alguien nos la hace ver. Cuesta entender la vida y no la muerte, porque la muerte es la nada, después de la muerte no hay más allá, no hay ni enigma ni nada de nada. Es de este lado, en la vida, donde está todo lo que no sabemos cómo sobrellevar.

Josep E. Corbí dijo...

Leí el poema el miércoles, al poco de publicarse. Y me sobrecogió. La ponderación de su ritmo frente a la intensidad del dolor que lo motiva. El consuelo que el alma encuentra en los lugares conocidos: las viñas, dos pueblos que viven aislados el uno del otro excepto en la muerte. Al contrario de lo que ocurre con ellos: no pueden compartir la muerte de la hija. Demasiado dolor para mantener el vínculo que la engendró. Uno no puede ya entender que siga vivo. Mas,¿qué añade el poema? ¿Cómo altera la comprensión y el dolor de quien lo escribe? Su escritura muestra la inevitabilidad de una búsqueda que su conclusión niega. Una negación que proporciona un momento de paz, como un analgésico; pero eso implica que las palabras son capaces de tocar el cuerpo.

meteco diletante dijo...

¡Qué gran noche! Esto de que el verano esté retrasando tanto su desaparición provoca algo inusual, gozar cada día y cada noche como si fuera la última. Uno se dice: -Hoy será la última noche cálida, el último día de sol-, y te entregas a disfrutarlo como si realmente fuera el último, pero mañana es igual, y aún así lo vuelves a vivir con la misma intensidad. Cada día preparas una última cena, abres un último vino, fumas una última pipa en el jardín. Me dejé a “Pan de humo” para después de la cena, para leer el poema tranquilamente en el jardín como si fuera aún verano.

En una noche como la de hoy, la muerte del poema apenas me roza, me parece lejana, aunque muy verdadera. Dos cementerios y una niña muerta, me sorprende sentirme tan bien, como si fuera por sentirme lejos de ese peligro, me recorre un placer cercano a lo sublime, como ha sentido Nuño, aunque creo que él en otro sentido. Estos días estoy leyendo a Burke, su “Inquiry…” sobre lo sublime y lo bello, a Longinus, también sobre lo sublime, y esta noche y este poema llegan en el momento adecuado, la cercanía de esos textos me permite poner por primera vez palabras a sentimientos ya sentidos con anterioridad y nunca expresados, ni a mí mismo. Me es más fácil emocionarme con los dos últimos versos que con los primeros donde me hace falta pensar en un “otro”, para estar en frente de él como los dos cementerios, o sentir como me mira, como hace la niña desaparecida.

Prefiero esos dos últimos por lo fácil que da cuenta de una experiencia tan chocante como inevitable cuando se piensa la muerte y se llega a verla en su normalidad, como un epicúreo embriagado.