miércoles, 18 de febrero de 2009

Wilhelm Müller | propuesta de Jesús Vega

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Der Wegweiser

Was vermeid’ ich denn die Wege,
Wo die andern Wand’rer geh’n,
Suche mir versteckte Stege
Durch verschneite Felsenhöhn?

Habe ja doch nichts begangen,
Dass ich Menschen sollte scheu’n-
Welch' ein törichtes Verlangen
Treibt mich in die Wüstenei'n?

Weiser stehen auf den Strassen,
Weisen auf die Städte zu,
Und ich wand’re sonder Massen
Ohne Ruh’, und suche Ruh’.

Einen Weiser seh’ ich stehen
Unverrückt vor meinem Blick;
Eine Strasse muss ich gehen,
Die noch Keiner ging zurück.


El indicador

¿Por qué evito los caminos
en que otros caminantes marchan,
y busco escondidas sendas
a través de rocosas cimas nevadas?

Si realmente no he cometidos faltas
que me hagan rehuir a los hombres,
¿qué necio anhelo
me empuja a este desierto?

Indicadores hay en los caminos,
señalan a las ciudades,
y camino sin cesar
sin reposo, en busca de descanso

Veo ahí un indicador
inmóvil ante mi mirada;
un camino he de seguir
del que aún nadie ha regresado

Das Wirthaus

Auf einen Todtenacker hat mich mein Weg gebracht.
Allhier will Ich einkehren, Hab’ ich bei mir gedacht.

Ihr grünen Todtenkränze könnt wohl die Zeichen sein,
Die müde Wand’rer laden in's kühle Wirtshaus ein.

Sind denn in diesem Hause die Kammern all’ besetzt?
Bin matt zum Niedersinken, bin tödlich schwer verletzt.

O unbarmherz'ge Schenke, doch weisest du mich ab?
Nun Weiter denn, nur weiter, mein treuer Wanderstab!


La casa de huéspedes

A un cementario me ha traído mi camino
aquí quiero hospedarme, he pensado para mí.

Vosotras, verdes coronas mortuorias, bien podríais ser los signos
que invitasen a los cansados caminantes a la fresca posada

¿Están acaso en esta casa todas las habitaciones ocupadas?
Estoy cansado, a punto de desplomarme, estoy grave, mortalmente herido

Oh, taberna despiadada, ¿me niegas entonces la entrada?
¡Ahora sigue, entonces, sólo sigue, mi fiel bastón!


Der Leiermann

Drüben hinter′m Dorfe
Steht ein Leiermann,
Und mit starren Fingern
Dreht er was er kann.

Barfuß auf dem Eise
Schwankt er hin und her;
Und sein kleiner Teller
Bleibt ihm immer leer.

Keiner mag ihn hören,
Keiner sieht ihn an;
Und die Hunde brummen
Um den alten Mann.

Und er läßt es gehen
Alles, wie es will,
Dreht, und seine Leier
Steht ihm nimmer still.

Wunderlicher Alter,
Soll ich mit dir gehn?
Willst zu meinen Liedern
Deine Leier drehn?


El organillero

Al otro lado del pueblo
hay un organillero,
y con dedos entumecidos,
toca lo mejor que puede.

Con los pies desnudos, en la nieve,
va dando tumbos de un lado a otro
y su platillo
permanece siempre vacío.

A nadie le gusta escucharlo,
nadie lo mira,
y los perros gruñen
alrededor del anciano.

Y deja que pase
todo, como quiera;
gira, y su organillo
nunca permanece mudo.

Anciano singular,
¿debo ir contigo?
¿Quieres girar tu organillo
para mis canciones?


(Wilhelm Müller, Gedichte aus den hinterlassenen Papieren eines reisenden Waldhornisten, 1821/24- Winterreise, Viaje de Invierno)


..............Comentario


Con pequeñas modificaciones, Franz Schubert puso música a estos poemas pertenecientes al ciclo "Viaje de Invierno". Sencillez e ingenuidad dan forma a una peculiar intimidad en la música schubertiana a través de las poesías de Müller. Son versos cuya plenitud procede de imágenes cotidianas, ya conocidas. Recogen toda una tradición de palabra y experiencia humana, de camino solitario en la existencia. Nada poéticamente novedoso. Logran, sin embargo, una especial intensidad. Las sendas de la vida son solitarias, están abocadas a la muerte; pero no podemos dejar de transitar y errar, entre sueños y quimeras. No dejéis de escuchar las canciones, aunque probablemente ya todos las conoceréis.
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9 comentarios:

meteco diletante dijo...

No sé si Jesús ha querido dar alguna forma con su selección de tres poemas, pero no puedo dejar de pensar en ellos como un retablo, muy bien detallado en las propias palabras de Jesús: “Las sendas de la vida son solitarias, están abocadas a la muerte; pero no podemos dejar de transitar y errar, entre sueños y quimeras”. Tenemos la tabla o calle izquierda del retablo con “El indicador”, (las sendas de la vida son solitarias), en la calle central “La casa de los huéspedes, o el cementerio (están abocadas a la muerte) y en la calle derecha “El organillero” (pero no podemos dejar de transitar y errar entre sueños y quimeras).

Celebro esta selección y esta forma, pues los retablos, desde que me aficioné a visitar el museo San Pío V de Valencia en las horas tontas de la facultad, me parecen fascinantes; son lo más próximo a una narración completa que se puede dar en pintura, muy propia del gótico, donde a falta de libros había que contar las cosas en la pintura o en las fachadas escultóricas de sus catedrales. Aconsejo a todo el que visite Valencia a ver la exposición permanente de pintura gótica valenciana (SS. XIV y XV), sin duda es lo mejor del museo. Y apostaría que no hay nadie en este blog que no admire el “Jardín de las delicias” de El Bosco, una de las grandes “narraciones” en tríptico de todos los tiempos.

El conjunto de los tres poemas es inquietante, entre otras cosas por su claridad y sencillez de las figuras escogidas. No había leído nada de Müller (otro agradecimiento más a está página y Jesús en particular) pero aseguraría que su claridad es una constante, a alguien que escribe así una vez no lo puedo imaginar escribiendo de otra forma. Todo está dispuesto para que te llegue bien claro el mensaje, y la aparente sencillez se convierte en maestría cuando algo que parecía contingente, el andar errante, se convierte en algo necesario cuando llega al cementerio y no hay plazas, sólo a los muertos les es permitido el descanso, el vivo sólo puede hacer que volver al camino y seguir andando.

El poema “El indicador” contiene además una equivalencia que no había pensado nunca, la de la inquietud ( aunque sea intelectual, como Fausto) con la culpa. No he podido dejar de pensar en Caín, cuando dios le condena: “Andarás errante y vagabundo por el mundo”, pero él era culpable. Müller habla de un “anhelo” que se iguala a la culpa en su destino, cualquier impulso que nos haga salirnos de los caminos indicados tiene el mismo destino que la culpa:

“Si realmente no he cometidos faltas
que me hagan rehuir a los hombres,
¿qué necio anhelo
me empuja a este desierto?
Indicadores hay en los caminos,
señalan a las ciudades,”

Y dejando a un lado el mensaje obvio de que sólo para los muertos hay descanso, y que por definición un cementerio siempre está ocupado para un vivo, el poema del organillero clausura el tríptico con una imagen genial, si no vuelves a los caminos señalados para todos la humanidad entera te rechazará, no serás más que algo molesto que se clava en las conciencias, y además de forma necesaria.

Me atrapan especialmente estos dos versos de este poema:

“Y deja que pase
todo, como quiera;”

aunque todavía no sé muy bien por qué, pero me los dejo como deleite para saborearlos junto al vino de la cena.

Saludos a todos

Nuño dijo...

Esto de tropezar con la misma piedra obliga a pensar que hay que caminar, más que con los pies, con los ojos en el suelo. En muchos de mis momentos negros he buscado el retiro acudiendo al Schubert (para uno de mis hijos el compositor por antonomasia) de los lieder: me centraba siempre en la música y el texto, para mí, como si no existiera. Hoy no he tropezado en la misma piedra: gracias, Jesús, por hacer de mi lazarillo. No conocía a W.M., pero ahora sé que de poeta menor y fuente textual del músico "más cercano a Dios", W.M. se ha liberado de esa servidumbre y se ha sentado al lado de Goethe, Heine y Novalis.

El tríptico (o "retablo" como bien dice Meteco) de la propuesta tiene su alquimia: por un lado nos encadena a la temática propia del romanticismo (la vida es un continuo caminar hacia la muerte; el cementerio como taberna o casa de huéspedes; el dolor, y su melancolía correspondiente, de ver cómo van muriendo viejas tradiciones); y, por otro, nos hace volar a la métrica que canoniza estos textos: balada culta con una versificación parecida a nuestro romance; alejandrinos pareados; y cuartetos menores con rima en consonante los versos pares. Quiero creer, y espero que Jesús me corrija si vuelvo a tropezarme, que el viento de modernidad que W.M. supone para la poesía alemana tiene mucho que ver con este apartado formal y con el tipo de lenguaje con el que trata aquella temática.

Es curiosa la percepción que W.M.tiene de naturaleza: algo puro, silencioso, apartado y reino del descanso, pero donde el mortal nunca encuentra descanso, sólo caminos que llevan a un mismo no-lugar, la muerte, lo antinatural, "camino, dice, del que aún nadie ha regresado". Y sorprendente, y muy irónico por cierto, el final del poema "La casa de huéspedes": desdramatiza su muerte dando vida a su "fiel bastón" y asignándole la misión de continuarle siguiendo caminando.
Salud para tod@s.

Josep E. Corbí dijo...

1. Los tres poemas me fascinan, pero el primero me ha hecho llorar.
2. Tienen para mí los versos el tono sencillo de quien narra los hechos básicos,su situación en la vida.
3. Reconozco en él los elementos románticos y, sin embargo, el poema mantiene el equilibrio que conecta la verdad y lo clásico. Tal vez, sea la verdad de un romántico.
4. El deseo y la necesidad de vivirse enteramente, la imposibilidad de hacerlo rodeado de los otros, el peso de alejarse.
No hay culpa que te haga huir, pero al huir arrastras la culpa de alejarte.
5. Y, desde luego, disfruto de la confesión de la precariedad. Es la verdad que insistimos en ocultarnos los unos a los otros y que llega como un alivio cuando nos la confesamos. Y si solo hay precariedad, la vida se torna más ligera y uno más incomprendido, más cerca del organillero y su canción incesante.

Fernando Broncano dijo...

Antes de mi comentario, mis prejuicios: el primero positivo: confieso mi debilidad por la metáfora del viaje. De las pocas metáforas universales, la vida como viaje me resulta un laberinto de imágenes con las que enseguida me siento confortado. Dos negativos: confieso mi dificultad con la poesía romántica, más aún con la alemana. Un lenguaje que no entiendo, pero sobre todo una época que me resulta lejana. Así como en el barroco y en el xviii me muevo con familiaridad, en el romanticismo las botas se me hacen barro. Estoy esforzándome en superarlo, pero me cuesta: no es que no me guste, es que me echan para atrás los novalis, goethes, holderlins, etc. Confieso mis lagunas musicales: odio los lieders como la zarzuela. Los oigo como maullidos de gatos, lo siento. Esta mañana me he esforzado en escuchar El viaje de invierno entero, por últoma vez, y he vuelto a recordar por qué lo dejé en Salamanca y no lo llevé a Madrid con mis discos más oídos. Dicho lo cual, los poemas me resultan pollo agridulce: cercana la imagen de la vida como viaje invernal, lejana la egolatría romántica que confunde el paisaje y el cuerpo y hace girar el mundo alrededor de su cintura. Cercana la melancolía, lejanos los cementerios. Intento escuchar los Müllerlieder de Schubert con cercanía y sólo me producen languidez y frialdad. A lo mejor era lo que intentaban provocar.
Pero eso no importa, es mi modo de reaccionar prejuicioso que no tiene que ver, veo que no, con la serena majestad de poemas que tratan de la vida en camino. ¿Por qué no lo logro acercarme a esta poesía? Un misterio.

Josep E. Corbí dijo...

Como me gusta, Fernando, que digas lo que no te gusta del poema o que el poema no te gusta! Últimamente, evitaba hacer lo propio porque me sentía un poco solo en esa empresa y temía que lo vieseis como displicencia o chulería. Por eso, procuraba decir tan solo lo que me gustaba. Una manera aseada de mentir. Y lo que me ocurre con frecuencia es que en un poema hay aspectos que me fascinan y otros que me chirrían. Eso no es más que mi emoción y no pretendo que lo que siento siente cátedra; pero me fastidia no sentirme libre para decir que no me gusta el olor de algunas vacas sagradas. Así que he recibido como un bálsamo tu comentario, aunque, en este caso y a diferencia de lo que a ti te ocurre, los poemas me han dejado un sabor hermoso, a pesar de que algunas cosas me chirríen. Un abrazo para todos.

Fernando Broncano dijo...

La verdad es que dudo siempre respecto a los comentarios. Ofrecer un poema me parece un regalo que soy incapaz de recibir sin la mejor voluntad. De hecho estaba a punto de escribir un segundo comentario matizando más mi lejanía, pero no he podido: no puedo con el romanticismo. Tengo que curarme de ello (debo buscar en mi subsconsciente). Siempre me tiento los bolsillos antes de criticar, no querría herir a quien lo ha propuesto.
Ya que me he puesto: el último poema del organillero me recordó un episodio de mi niñez. Vivíamos en un pueblo de la montaña de Gredos y cada año, en invierno, venía (vino varios años) un limpiabotas con un perrito y se instalaba en una ruina fuera del pueblo. Era un vagabundo con barbas. Mis hermanos y yo nos hicimos amigos suyos y sobre todo del perrito. Nos preguntábamos de qué podía vivir, dábamos vueltas a ello y le pedíamos a mi madre comida para él. Un año no vino y nos empezamos a preguntar qué había sido de él. Yo tenía ocho años,eran los tiempos en los que el pais era pobre, muy pobre. Fue un episodio determinante en mi educación moral. El poema del organillero me lo ha recordado y querría contaros que al menos ese recuerdo reverberó al leerlo.

Beatriz dijo...

A mi de los tres el que más me gusta es el primero, también por asociación camino-culpa, que creo no había leído jamás con ese matiz inexplicable, subconsciente, que invita a buscar la soledad sin que el mismo caminante sepa por qué cosa la busca. Yo que soy una gran solitaria, que busco la soledad de continuo, no puedo identificarme con la razón que da el poema, pero sí con la sensación, y me resulta curioso porque a mi el romanticismo también me cansa, precisamente porque mi búsqueda de la soledad se basa en un rechazo de todo exceso, y los románticos son muy ruidosos!!!
El segundo poema me recuerda a "De un caminante enfermo", y me resulta deslucido en relación al soneto. El tercero, en mi vida jamás hubo un organillero, así que no puedo decir nada, ni encuentro materia vital para leerlo ni tampoco intertextual.

Jesús V. dijo...

Tampoco yo puedo evitarlo. Siempre vuelvo al romanticismo. Ejerce una atracción sobre mi ánimo de la que no he podido desembarazarme. Mis esfuerzos por alejarme de almas solitarias y errantes también han sido enconados, casi violentos, pero infructuosos. Transité desde un romanticismo de la grandeza, de lo mítico, al romanticismo de la intimidad. Entonces descubrí a un Schubert-Müller que renovó para mí un cierto valor de la metáfora del viaje, una que siento más cercana. No es formación, no es aprendizaje. Es tránsito inevitable, es destino. Es una soledad asumida, una búsqueda interior donde se esconde una pureza improbable e incognoscible. El viaje romántico nace de una pérdida o de una imposibilidad del amor o la felicidad. También el viaje de invierno comienza en la decepción. El paisaje no sólo acompaña los estados del alma, los conforma, los violenta y los sublima. El caminante, errante, dialoga con un mundo espiritual al que sólo puede acceder en la plenitud de la naturaleza.
Y en mi errancia sigo apoyándome una y otra vez, como báculo que me sostiene, fiel, en uno de los versos de "La casa de huéspedes". Invade mi mente ante el abismo cotidiano. Su perfección es clásica, y sé que de ahí procede mi pasión romántica, de sus fuentes clásicas. "Nun weiter denn, nur weiter", palabras casi físicas, apoyos, pura actividad adverbial. Inevitable recomenzar, repetición eterna.

gotamarina dijo...

Muchas veces no logro hacer lo que quisiera, y hago lo que puedo. Me gustaría comentar muchas cosas sobre lo ya dicho a partir de la propuesta de Jesús, pero resbalo, me cuesta elaborar en palabras los impulsos desordenados de mis sentimientos, y termino haciendo otra cosa: asociación libre: el comentario de Meteco sobre los retablos me hizo acordar un texto muy corto de Juan José Saer, escritor fundamental en mi vida (creo que ya lo dije varias veces pero nunca demasiadas), y quiero compartirlo con ustedes. No sé si tiene que ver con los poemas de Müller, probablemente no, posiblemente tampoco tenga relación directa con los comentarios de ustedes, por eso digo: asociación libre. Porque lo que siento al leer todos los comentarios de la semana juntos es esta imagen: que Pan de humo es un fogón (en Argentina usamos “fogón” especialmente para el fuego que se hace al aire libre, de noche, por ejemplo de campamento, alrededor del cual se reúnen los acampantes para compartir la charla, la comida, la música, etc), vuelvo, entonces: Pan de humo es un fogón en la noche, por entre las penumbras aparece cada tanto una cara, ni siquiera completa, la cara, apenas unos rasgos iluminados por el fuego, y una voz aporta al encuentro su verdad, para luego volver a desdibujarse en la penumbra; y luego otra, y otra, y otra, y así pasa la noche. Esto es lo que puedo aportar esta noche al fogón. Y lo que Saer dice de la pintura se podría decir de la poesía, que recorta del mar de lo indeterminado un sentido fugaz.

JUAN JOSE SAER:

Pensamientos de un profano en pintura

Reflexiono más sobre los marcos que sobre la pintura. Mi predilección: los retablos y el Vía Crucis. Entre estampa y estampa, en el Vía Crucis, está la pared vacía. No se valora en su justa medida al marco, que contiene la magia patética del sentido sin permitir que se derrame por los bordes hacia el mar de aceite de lo indeterminado. El marco nos enseña que Cristo fue crucificado, nos conserva su sacrificio y nos ahorra la confusión de sus vacilaciones, de su testarudez y de su miedo. Al marco le debemos la perspectiva, perfiles perfectos, y la victoria más sorprendente de la pintura, la abstracción concreta.

El ordenanza del museo municipal me cree loco, porque me la paso mirando la pared vacía. Parece blanca en el sentido del rojo blanco: el rojo, símbolo del calor y de la pasión, se vuelve invisible a fuerza de abundancia y de exceso. Tanto sentido junto se neutraliza y enceguece y entonces nos parece indigno mirar. ¿Cómo explicarles una cosa semejante a mis amigos pintores? Todo cuadro se me presenta como una pared blanca que ha sido atenuada, disminuida. La palabra cortada también puede servir, como cuando la usamos para decir que se corta el vino con agua. Por lo tanto, el arte de la pintura es para mí el arte de la reducción. Honremos al marco, porque saca de lo uniforme la variedad de la pasión. El arco iris reina en el cielo por un momento y después se va, al atardecer, en los brazos de una noche más negra y más pareja que el fuego.