lunes, 17 de marzo de 2008

Juan José Saer --propuesta de marina pérez.


Poesía y narración: Cuando me vi incorporada en la programación de poemas comentados de Pan de humo y me plantée mi aporte, este poema que compartiré con ustedes ahora se me apareció con absoluta certeza. Después dudé porque es muy largo (¡lo lamento Fernando! ¡Prometo ser más breve la próxima!), pero largo y todo creo que merece la pena; además este poema podría ser tachado de “demasiado narrativo”. Sí que es narrativo, si es demasiado o no, creo que es cuestión de gustos; y también se podría decir que es teatral; pero entiendo que es poesía por las iluminaciones que describe y la forma en que las expresa. Y me callo, no quiero decir más nada para no condicionar la lectura, sólo me permito esta brevísima nota contextual: Juan José Saer era argentino (uno de los mejores escritores argentinos contemporáneos), la escena de este poema se desarrolla en Argentina, cuando dice “el siglo pasado” se refiere al XIX, no al XX, y los paraísos son unos árboles. Con ustedes, el poema.




Diálogo bajo un carro a Rafael Oscar Ielpi

Porque entre tanto rigor y habiendo perdido tanto no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor. (“La vuelta de Martín Fierro”)


Estando, por razones políticas, exiliado en el litoral, un poeta argentino del siglo pasado, llamado José, recibió, una mañana, la visita de Rafael su hermano. Comieron un asado con vino negro y, como hacía calor, se echaron a dormir la siesta en el pasto, bajo un carro protegido a su vez del sol por una hilera de paraísos. Los dos tenían camisa blanca, sin cuello, entreabierta en el pecho, arremangada, y el vino, la carne gorda y la resolana los adormecían. Con los ojos cerrados, o protegidos con el antebrazo, entre grandes intervalos de silencio, antes de entrar en el sueño profundo que duraría hasta el anochecer, mantuvieron el siguiente diálogo:

José:
¿Y han de pasar, nomás, para nosotros, los años? ¿Vacilación,
sangre, vacío, habrá sido nomás nuestra suma en el árbol
de las horas? A veces, nadando en el río firme de la fraternidad,
qué tentación, qué tentación, hermano, de echarme a morir,
o separarme para mirar, callándome por fin, desde la orilla, el
delirio.
Estos pueblos se me antojan a veces como un pan en llamas.


Rafael:
Un pan en llamas, sí, un pan en llamas
y una llave en llamas que hubiese debido, inocente, abrir ese pan.
Los tigres comen cruda
la carne que pillan en la matanza
y las cabezas de los mejores se hacen tasajo en la punta de las
picas.
El diablo bendeciría este siglo, si fuera capaz
de bendecir.


José:
Y estamos echados, sin embargo,
en este silencio, a salvo de un sol continuo, implacable,
bajo este dije de paraísos, donde es más denso
el olor de los ríos que el de la pólvora: dos hermanos
que salían, en la infancia, a cazar, y volvían, a la oración,
trayendo una maraña de caseros y las rodillas sangrantes,
dos hermanos que se abrazan cuando lo admite la guerra
y juntan, si pueden, bajo una lámpara, los pedazos de un mismo
recuerdo. La borra de esos momentos será una nación.


Rafael:
Que ha de quitarnos, algún día, hasta el frescor de estas hojas.
Y que, de nuestros sueños, los más oscuros, los que vuelven
continuamente, cada noche, como quisiéramos, en la red
de la pesadilla, que volviese el sabor
de la leche de nuestra madre y que volviese la sombra de su pecho,
de nuestros sueños nos hará,
al borde mismo de la muerte, convictos. No esperábamos, no,
volviendo en el aire lila, a la oración,
con las manos llenas de pájaros y las rodillas que sangraban,
encontrar, en una esquina del tiempo, o de la historia, el pelo
enmarañado de la guerra. Y ya no somos, para nuestra madre
los héroes que vuelven, intactos, entre una suerte de resplandor,
a la casa que crece, sino dos hombres hechos pedazos,
sudorosos, que levantan, por pura costumbre, el fusil,
para gatillar de una vez por todas, y una vez más,
contra la bestia anónima
que come, parsimoniosa, nuestros años. En las ciudades,
no hay más que entrar a un café, o a un negocio,
o pararse unos minutos en una esquina, a mirar la multitud,
ara ver los rastros de la bestia manchando todas las caras.
¡Si hasta los mejores terminan, como lo hemos visto,
con el cuerpo separado de la cabeza! No, decididamente,
no pareciera haber cosas claras por las cuales luchar. Y la
simplicidad
de las víctimas, que por sí sola bastaría,
tomando envión, para cambiar hasta la forma de las estrellas,
¿qué hará de sí misma cuando su sed se haya calmado?
¿Cómo ganar la guerra si nos alimentamos
con el veneno que nos vende el enemigo? Y no nos queda,
sin embargo, otro remedio más que seguir,
ya que el delirio más grande consistiría en pararse,
entre las balas, en el centro
de una red de cuchillos, a repudiar con una voz
más débil que las detonaciones. A veces me sé decir


José:
¡Sht! Se mueven las hojas, y no sopla, sin embargo,
ninguna brisa. Es una forma, propia de los árboles,
de cantar por sí solos, cuando no hay viento, o de hablar,
más bien, en voz baja, en un lenguaje que es de este mundo
y de ningún otro, aunque a menudo no lo entendamos,
y no tenga, aparentemente, traducción.


Rafael:
No oigo nada, nada
más que este siglo ensordecedor; nada, como no sea
el lamento monótono que se levanta de las ciudades,
los grandes golpes del sable contra el cuello del condenado,
el chillido de los monos de etiqueta despedazando
el mapa del mundo, el cotorreo
en las cenas de sociedad, y la jerga de los pedantes. Nada,
salvo una voz que se cuela, a veces, desde la infancia,
para decir, muchas veces, No era esto, No era esto,
y apagarse, en seguida, llorosa, en la oscuridad.


José:
Y sin embargo, saben hablar, algunas veces, los árboles,
con un susurro que viene, de golpe, de las raíces a las hojas,
y las hace temblar. ¿Nunca escuchaste, tampoco,
curva, paciente, la voz del verano, que no habla
en las cosas ni por ellas, sino para sí misma y en sí misma,
en los grandes espacios y en el río de la siesta?
Si hubieses visto, como yo,
al aclarar, venir, desde la nada, los pájaros,
y edificarse, desde la nada, la luz,
recomenzando, trabajosamente, día tras día,
no como consecuencia, sino condescendiendo a las leyes que
observamos,
y recordaras, estremeciéndote, como yo, desde una cama
solitaria, la espuma del amor, bajando,
como una vestimenta nupcial, al encuentro
de su llanto, no quedaría, de esa pesadilla, ni la escoria,
aunque más no fuese por un momento. Porque hay más de una
realidad. Hay más de una realidad
o un nudo, centelleante, de realidad,
que cambia a cada momento y es, sin embargo, único.


Rafael:
Esas voces te salvarán.

José:
Se salvará la voz,
no el que la escucha. Del que la escucha, se salvará,
a lo sumo, el agua de un momento. Y el agua de un momento
no alcanza para calmar la sed ancestral
y nos da, apenas, la sombra del sabor de la comida
servida en alguna parte, sobre una mesa inefable,
lista para un almuerzo al que nadie,
en ningún mediodía, se sentará.


Rafael:
Qué diferencia, la de esa agua, con este vino
que nos hunde en un sueño lleno de miedo,
separándonos, hundiéndonos a cada uno en su cuerpo
como en la fuente de la cólera, de espaldas a un mundo frágil.


José:
Un vino grueso, que no nos deja cantar. En el aire robusto
se borran todos los signos, y hasta el sol se adormece.


Rafael:
Hemos descubierto, una mañana, inesperadamente,
en el patio de nuestra casa, el rastro de la víbora,
trayendo consigo la pesadilla, el horror,
el entresueño, el hambre. La tortura
desplazó, férreamente, al nacimiento,
y en nuestros sueños reinan, rabiosas, las medusas. ¿Después de
esto,
qué vendrá? ¿Qué es lo que habremos de legar?


José:
Aunque de todo este horror edifiquemos
algo más claro y duradero,
habrá sido tan alto el precio
que en comparación nuestro edificio será nada,
y aunque la tierra entera cante con una voz unánime,
mucho más tarde, junto a la mesa servida,
habrá siempre un momento negro sobre una rama del tiempo
donde los sueños convictos de estos siglos ruidosos
recibirán, de los verdugos de sueño, su condena.


Juan José Saer

13 comentarios:

gotamarina dijo...

AY! Me lo temía! Este poema es tan largo y sus versos son tan largos que al tratar de meterlos en la estructura del blog, se perdió su ritmo. Para evitar esto había especulado con subirlo como imagen, pero como Pepo dijo que quería uniformar el estilo, se lo envié en word... en fin, lamentablemente para mí lo que está ahora disponible no es el poema de Saer, le falta algo, así todo parece dicho por cada hermano como réplicas teatrales y no como poemas. Para mí es importante y estoy segura de que para Saer tambien, me siento como si lo hubiera traicionado, a mi escritor preferido! En fin... no sé qué hacer. Tal vez intentar subirlo como imagen, si me lo permiten.

Fernando Broncano dijo...

Por algún motivo, supongo que no hay casualidades en la red, cuando acabo de escribir mi comentario, éste desaparece. Se ve que no estoy tocado por la gracia electrónica esta noche.
El poema de Juan José Soler es una maravilla. Más que narrativo es dramático, agonístico, entrelaza lo épico y lo lírico, la devastadora visión de la historia con la cercanía del viento y las hojas. Son visiones que no se oponen, son hermanas bajo un carro en una mutua cogorza (es argot español para la borrachera). In vino veritas. La voz de Jose recuerda la de Rilke. La de Rafael me ha recordado la prosa de Cormac McCarthy, a quien me he aficionado recientemente.
Precioso descubrimiento, Marina, ¿Hay alguna página de Juan José Saer?
Qué cercanas palabras:
"¿Nunca escuchaste, tampoco, curva, paciente, la voz del verano, que no habla en las cosas ni por ellas, sino para sí misma y en sí misma, en los grandes espacios y en el río de la siesta? Si hubieses visto, como yo, al aclarar, venir, desde la nada, los pájaros, y edificarse, desde la nada, la luz, recomenzando, trabajosamente, día tras día, no como consecuencia, sino condescendiendo a las leyes que observamos, y recordaras, estremeciéndote, como yo, desde una cama solitaria, la espuma del amor, bajando, como una vestimenta nupcial, al encuentro de su llanto, no quedaría, de esa pesadilla, ni la escoria, aunque más no fuese por un momento."

gotamarina dijo...

Fernando, fue genial encontrar tu comentario y ver que pudiste apreciar el poema de Saer a pesar de los problemas técnicos. De todas formas me siento más tranquila habiendo enviado a todos la versión en word (tenía miedo de meter la pata pero por suerte Bea me dijo que estuve bien). Supongo que lo apreciaste aun más en su formato original.
Me gustó mucho tu comentario, me hizo sentir que pudiste apreciarlo como lo siento yo de importante a este poema. Para mí significa tanto que me resulta muy dificil condensarlo en un comentario.
Si me preguntás por páginas web sobre Saer, la verdad es que no tengo idea, siempre lo leí en papel. Creo que sus libros están editados en España, si no todos, bastantes. Él básicamente era narrador, escribió un único libro de poemas (donde figura éste) que se llama El arte de narrar. De todas formas su prosa es tan magistral en el uso que hace del lenguaje que se acerca mucho a la poesía. BUscando en la web lei el artículo sobre él en la Wikipedia y tiene una lista de todas sus obras con un comentario para cada una muy atinado, puede servir de orientación para elegir cuál libro de Saer leer. Ojalá te embarques en su lectura y lo disfrutes, si lo haces por favor dímelo, que amo a Saer desde hace 20 años y no es fácil encontrar con quien compartirlo.

Beatriz dijo...

Este poema plantea para mi un asunto que me interesa mucho, ya veréis que mi próxima propuesta lo toca de lleno: ¿Qué es realmente lo importante de la vida, dónde está lo que nos constituye y nos llena? ¿En la Historia, en los grandes sucesos o en el viento que acaricia nuestra mejilla? Por supuesto la historia personal y nacional de cada uno marca esa búsqueda y la literatura argentina sabe mucho de cómo la Historia marca los cuerpos y las almas y los reconfigura. Lo que me encanta de este texto de Saer es la sabiduría con que ese debate se plantea, entre dos hermanos a la sombra de un árbol, como un gesto cotidiano y sencillo se pone en entredicho el sentido de la vida, cómo si tal cosa...
Yo me quedo con la voz del hermano que defiende la caricia de la hierba y del viento, pero también entiendo la hondura de lo que plantae el otro, el poder de un mundo que trata por todas de que dejemos de escuchar nuestro interior, de que le pertenezcamos.
Quizá, lo que me molesta un poco es el exceso de palabras, hablan y hablan,creo que es un efecto buscado: el ruido del mundo, aunque yo soy más de poesía silenciosa, entiendo el apasioanmiento que el texto despierta, pero no acabo de compartirlo del todo por esta razón.
He explicado bastante en clase a Saer, sobre todo la novela de El entenado, que para mi tiene que ver mucho con lo que aquí se plantea, aunque desde ese silencio que os decía. Supongo que para muchos será de lo menos interesante del autor..., pero cada uno tiene sus obsesiones.

gotamarina dijo...

es curioso, nunca sentí que los hermanos tuvieran diferentes posturas, sino que entre los dos construían algo, la propuesta del poema para vivir en este mundo dificil. Dan la sensación de que "hablan y hablan" porque leemos el poema de corrido, sin deternernos, pero Saer dice en la introducción "Con los ojos cerrados, o protegidos con el antebrazo, entre grandes intervalos de silencio, antes de entrar en el sueño profundo que duraría hasta el anochecer, mantuvieron el siguiente diálogo" y para mí eso es importante, es parte de la escena, que estos párrafos no fueron dichos uno tras otro sino de a poco, perezosamente (a pesar de lo que tratan), con tiempo entre uno y otro.
Tal vez lo que nos constituye no nos llena: nos deja vacíos, como le pasó al Entenado.

Beatriz dijo...

Sí, estoy de acuerdo en que lo que ambos dicen es un todo, sus palabras está entrelazadas, pero a mi una me llega más que la otra, como cuando en una partitura te quedas con unas notas... Creo que uno de los hallazgos de este texto es eso, saber que las dos caras de la moneda son indisociables, pero que puedes mirar una más que la otra, concentrarte en ella, y eso conecta muy bien con mi sentido de la vida, sé que mi vida son dos ambas indisociables, pero la que me interesa es una. A eso me refería. También estoy de acuerdo en el gran hallazgo de esa tarde que pasa y de esos pensamientos que tardan en encontrar su forma en palabras, el escenario es inigualable, pero eso no quita que el poema esté lleno de comas, de adjetivos y de sustantivos, es una manera de buscada de aportar intesidad, dado el tema tratado, al menos así lo entiendo, pero hay poetas que logran eso mismo en un sólo verso: "conocí lo mínimo", y esa es mi apuesta.

Fernando Broncano dijo...

También a mí me llegan más adentro las palabras de José, ¿cómo no?. Pero son hermanos, tienen una complicidad que no es la del diálogo o la conversación normal, es la que solamente se puede tener cuando todo lo que no sea hermandad ha quedado a un lado y lo que resta es la pura experiencia de la vida. Yo leería el poema de atrás adelante y veréis cuán terrible es la imagen. Las dos últimas intervenciones son terribles. Cuál de las dos sea peor no sabría decirlo, pero termina así:
"junto a la mesa servida, habrá siempre un momento negro sobre una rama del tiempo donde los sueños convictos de estos siglos ruidosos recibirán, de los verdugos de sueño, su condena". Mi identificación rilkeana con José se
extiende a esta experiencia oscura de esperar o temer la victoria de los verdugos.

gotamarina dijo...

esto de compartir un poema que lei tantas veces con ustedes es desconcertante... me doy cuenta de que lo mismo que lei una y otra vez de una manera, puede interpretarse de muchas otras. A mi siempre me fascinó esta última frase que cita Fernando porque la interpreté en función de algo que a mi me toca mucho del poema, por la historia argentina, y que tal vez no está realmente en el poema sino en mí, y que resumido sería: si para construir un mundo mejor es necesario herir a otro ser humano, entonces lo construido no tiene valor. Y ahora que Fernando cita esta frase final, y la leo fuera de contexto, me doy cuenta de que siempre entendi "los verdugos de sueño" como jueces, no como verdugos. Pero el poema dice verdugos, y la imagen con verdugos es muy diferente a lo que yo sentí siempre, me parece. En fin... estoy desconcertada.
Me gustó el comentario de Bea sobre las dos caras indisociables de una misma vida, y que uno puede elegir mirar más una que otra. Yo siempre elijo mirar la de las voces de los arboles, etc, toda esa parte del poema me conmueve mucho. La luz que recomienza cada dia, "no como consecuencia, sino condescendiendo a las leys que observamos", ese mundo que vive más allá de nosotros, "en si mismo y para sí mismo", y podemos elegir ignorarlo, sucumbir a "el poder de un mundo que trata por todas de que dejemos de escuchar nuestro interior, de que le pertenezcamos", como dijo Bea, o podemos intentar escucharlo, respetarlo, darle espacio, y si podemos, cantarlo.

gotamarina dijo...

algo más... tambien me gusta mucho cuando Rafael dice "esas voces te salvarán" y José le contesta: "se salvará la voz, no el que la escucha". Esto también lo sentí alguna vez: que la belleza del mundo podía salvarme (rescatarme de un momento de penuria para devolverme al centro del mundo, a la voz de los árboles, por decirlo así) para después sentir que lo que importa es la belleza, no yo. La belleza siempre va a existir, ¿qué importa que ya no esté yo para apreciarla?

Josep E. Corbí dijo...

ESCRIBÍ LOS COMENTARIOS QUE SIGUEN CERCA DEL MAR, EN SILENCIO, SIN OÍR EL RUMOR DE LOS COMENTARIOS QUE HAN IDO CRECIENDO EN EL BLOG. AL LEERLOS, ME SENTIDO HERMANADO CON TODOS ELLOS. REVELAN ASPECTOS DEL TEXTO QUE YA ME HABÍAN EMOCIONADO Y ME ALEGRA PODER COMPARTIRLOS CON ALGUIEN PORQUE FORMAN PARTE DEL NÚCLEO DE MI VIDA Y QUEDAN ALEJADOS DE LO QUE HABITUALMENTE NOS DECIMOS LOS UNOS A LOS OTROS:


1. He disfrutado leyendo el diálogo entre José y Rafael. Siento la necesidad de guardar silencio antes de atreverme a decir algo porque su dolor me llega a través de los siglos y reaviva muchos otros que me son más cercanos.

2. El tono épico en el que se combinan los elementos narrativos y líricos me va adentrando en la pena que comparten José y Rafael. Algunas imágenes me han parecido particularmente bellas. Por ejemplo, 'un pan en llamas', 'el agua de un momento'. También me he sentido muy cercano a las imágenes que resaltan la frescura de la sombra y la jovialidad del verano porque forman parte de mi infancia en un pueblo donde también el sol es implacable y silencioso.

3. Frases como 'No pareciera haber cosas claras por las cuales luchar”, 'No era esto, No era esto', me recuerdan los tiempos en los que estaba convencido -y es esta una convicción bastante extendida- que solo si había un plan redentor, un lugar al que llegar y un camino para alcanzarlo, tenía sentido luchar por que el mundo sea más habitable, más humano. José y Rafael parecen desencantados porque han descubierto que no existe tal plan redentor, sino que, más bien, sus vidas se han visto arruinadas por su entrega a una lucha que presuponía su existencia. En ese desencanto no están solos: las muy variadas formas del nihilismo les acompañan. Sin embargo, creo que se equivocan, que el problema no estriba en que no podamos confiar en un plan redentor, sino en la tendencia a dejarnos engatusar por cualquiera que nos llegue con una promesa de esa naturaleza. Solo cuando renunciamos a ese plan y somos capaces de plantarle cara al desasosiego que esa renuncia genera, se abre el espacio para lo humano, para buscar el sentido en cada una de nuestras acciones, para rehabilitar la importancia de nuestro cuerpo, para que no quedemos 'hechos pedazos'. Es el espacio del que hablaba Jose (ahora me refiero a Jose Albelda) entre el flechazo y la narración como fuente de sentido poético. Aplicado a la vida de cada individuo, podríamos decir que, entre el capricho y el plan redentor, se encuentra la posibilidad del sentido.

Josep E. Corbí dijo...

JOSE ALBELDA (TODAVÍA APRENDIZ DE BRUJO), ME PIDE QUE LE SUBA ESTE COMENTARIO:

La verdad es que me ha gustado el comentario de Fernando y me identifico mucho con lo que dice, de manera que renuncio a dar una opinión extensa. Prefiero, una vez más, apuntar algunos detalles. Resulta curioso -a mí también me ha pasado en algunas ocasiones- que hablemos de un poema como "demasiado narrativo". En realidad creo que nos referimos a una forma extensa en el contar que, quizás por ser menos frecuente, la temamos un poco.

En mi opinión el poema describe muy bien lo que narra, con una intensidad -de nuevo la arriesgada palabra- que me recuerda a Claudio Rodríguez, sin mediar ninguna afinidad de estilo, por supuesto. Una descripción que siento táctil, preñada del momento.

Qué hermoso, lo de "la hilera de paraísos"...

Sigo sin encontrar un calificativo breve para decir que un poema es bueno. Todas las palabras que se me ocurren se caen en pedazos ante él. Es algo que todavía no he conseguido solucionar.

Josep E. Corbí dijo...

El fragmento que cita Fernando en su primer comentario y que, después, Gotamarina recoge con ese idea de lo que importa es la belleza del mundo y no uno mismo, me devuelven sin poder evitarlo a la visión del mundo que atribuyo a Spinoza y a Simone Weil:una cierta forma de contemplar su necesidad que nos libera del peso de la culpa y de la responsabilidad, y nos hace sentirlo como lleno. Por cierto, que, en *La Gravedad y la Gracia*, Weil nos propone que contemplemos un paisaje como si no estuviésemos allí observándolo. Me reconozco en esa percepción del mundo, que es el modo en el que entiendo el comentario de Gotamarina.

gotamarina dijo...

Muchísimas gracias Pepo por tomarte el trabajo inmenso de que el poema de Saer se viera bien. Millones de gracias.
Tus comentarios sobre el poema me resultan muy iluminadores, especialmente esta idea, que me gusta mucho:
"Solo cuando renunciamos a ese plan y somos capaces de plantarle cara al desasosiego que esa renuncia genera, se abre el espacio para lo humano, para buscar el sentido en cada una de nuestras acciones, para rehabilitar la importancia de nuestro cuerpo, para que no quedemos 'hechos pedazos'. ... podríamos decir que, entre el capricho y el plan redentor, se encuentra la posibilidad del sentido."
También me gusta mucho la idea de que "contemplemos un paisaje como si no estuviésemos allí observándolo"; es cierto, algo así es lo que quise decir con mi comentario. Buenas noches.