miércoles, 17 de septiembre de 2008

Claudio Rodríguez (1934-1999) -propuesta de Nuño

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Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día: así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo –esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
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-------------Poema I del Libro Primero de
------------------Don de la ebriedad (1953)

Presentación

Esta propuesta no pretende ser una presentación. Lejos de mí tamaño prurito. Lo único que busco es una doble celebración. La primera, y como anticipo de que el próximo año se cumplen los diez de su muerte, la de alegrarnos y maravillarnos de haberle tenido entre nosotros: muy pocas veces los vivos muestran el orgullo de haber sido coetáneo de alguien que siendo don (o sin serlo) era portador de su don. Y la otra celebración, la de manifestarse satisfecho por disfrutar de una envidia sana (santa envidia, según muchos) ante lo que ve, lee, oye o siente o vislumbra en los hechos destacados de muchos de sus coetáneos. De esta última celebración (pecado capìtal, supongo que era antes) participo frecuentemente y no me avergüenzo: en una tertulia de rebotica en Palencia leí de muy joven esta obra y sentí envidia y aún ahora la siento normalmente cada semana, cuando leo la propuesta de este blog .
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6 comentarios:

Fernando Broncano dijo...

Cuenta la leyenda de la muerte de Goethe que pedía que abriesen las cortinas, que necesitaba más luz, y sus últimos instantes fueron haciendo un garabato en el aire, como escribiendo en él eso que quizá sea lo último que se le ocurriese, su propia muerte novelada, quizás. Se me ocurre esta anécdota al leer (releer, como a Nuño, vuelvo siempre a Claudio Rodríguez: todos venimos de él como del Capote de Gogol los novelistas): esa necesidad de claridad como el don más preciado de la vida. Si tengo que elegir (¡ay!, tengo que elegir continuamente) entre lucidez y felicidad, prefiero la lucidez: es el don por el que clama CR, a quien imagino en una barra de bar de barrio, siempre con un vino en la mano y conversando con los clientes, una lucidez que a lo mejor sólo se le concede a la buena gente. Gracias Nuño por este poema tan necesario.

Josep E. Corbí dijo...

1. Hace tiempo que deseaba que alguien propusiese algún poema de Claudio Rodríguez, a quien, para mi vergüenza, descubrí hace tan solo un año y con cuyos poemas sintonicé de manera inmediata. Me zarandeaban desde una cierta distancia. Tenía la sensación de que representaban cómo habría vivido yo el mundo si hubiese nacido en la vieja castilla, en vez de en una tierra también árida (recordad los textos de Azorín sobre su estancia en Yecla. No soy de Yecla sino del pueblo donde nació Azorín), donde el mar ya no se huele pero se sabe cercano. Curioso contrafáctico este y, sobre todo, curiosa su fuerza emocional.

2. Y algo de ese contrafáctico persiste en mi experiencia de este poema. Por un lado, la aparición de términos con connotaciones religiosas 'viene del cielo', 'don', 'seres creados', 'bóveda', me remiten a un territorio aún más oscuro que el de mi infancia, que no lo fue tanto, aunque a mí me lo parezca. Por otro, los quiebros del ritmo rompen con la imagen arquitectónica del mundo que de una religión que todo lo ordena, nos invitan a recuperar esos términos y limpiarlos de las impurezas de la religión institucional, o de toda religión, para pegarlos a la experiencia. Una experiencia que no es ordenada, sino que se alimenta de tensiones. Así se contrapone a la creación divina, la forma de creación que nos procura la claridad y que necesita renovarse continuamente, que como la cerilla brilla cegadora antes de extinguirse:

'Oh, claridad sedienta de una forma,/de una materia para deslumbrarla/quemándose a sí misma al cumplir su obra'

Y es en esa experiencia y en esa forma quebrada de expresarla, donde me encuentro con el poema, con Claudio Rodríguez, con Fernando, con Nuño y conmigo mismo.

Mª Jesúsearerine dijo...

Hace ya unos cuantos años-cursaba entonces primero de filología - conocí a Francisco Brines en Madrid. Tuve la oportunidad de charlar con él sobre su obra, y en esa conversación el nombre de Claudio Rodríguez se coló varias veces. Yo no sabía quién era, y me propuse reparar ese vacío cuanto antes. Recuerdo dos versos de entonces que todavía hoy “siento”:
Es la sorpresa de la claridad,
la inocencia de la contemplación.
El poema que nos propone Nuño me ha hecho revivir la sorpresa del descubrimiento de un poeta enorme. Para ordenar el caos y hallar respuestas no sirve solo la inteligencia. Unos pocos elegidos logran alcanzar el absoluto conocimiento, aquel que se manifiesta con la inocencia de la última mirada. También yo, Fernando, elegiría la lucidez. Un abrazo.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?

meteco diletante dijo...

Este poema resulta un feliz descubrimiento para mí, desde que he leído los tres versos que resalta Josep ( añadiría el cuarto:'Como yo, como todo lo que espera') siento una falta que he de restituir; estoy aún pasmado con ese logro expresivo. La secularización tan sencilla que logra de términos religiosos convierte a esos propios términos en palabras bellas; que aposento, bóveda, y claridad del cielo no sean algo ajeno a nosotros, que puedan ser notas que nos puedan definir en algún momento logra una imagen bella y feliz aún en la 'desesperación de la espera'.

Por otra parte, siguiendo con la secularización del poema, aunque Josep vuelva a acusarme de animismo otra vez, en el poema también veo que las cosas señalan al ser humano como el único que puede darles forma y ser, produciéndome algún segundo de delirio, para después otorgarme prolongados momentos de reconciliación con la existencia, muy próximos al misticismo laico del siglo XX.

saludos.

gotamarina dijo...

Confieso que no sé nada sobre Claudio Rodríguez, menos aún conocerlo en persona, para colmo no tengo tiempo para ponerme a investigar sobre él (desde que volví de mi viaje no logro agarrar el ritmo y otra vez la frecuencia semanal de Pan de humo me atraganta los poemas: todavía estoy buscando un momento para elaborar lo que quiero decir sobre Margarit, y ya pasó Benedetti, y ahora se está por terminar Rodríguez. Por suerte esta semana se sube mi propuesta, mi comentario ya está escrito!).
A lo que voy es que sólo puedo hablar de las impresiones que me causa este poema, y no es nada claro (don del que dispongo poco). Si tuviera más tiempo (otra vez mi problema) podría intentar encontrar un momento de paz, recogimiento y contemplación como para dejar que el poema anide en mí y destelle alguna iluminación, pero hoy es lunes y no creo tener esa oportunidad en la semana, por lo tanto digo lo que no sé:
cuando empieza me parece que está hablando de la claridad es un sentido lumínico, físico, casi diría óptico (¡qué lindo, cuántas esdrújulas!) y me gusta, me gusta la luz como un don que crea las cosas al tocarlas e iluminarlas. Pero después el poema sigue adelante y yo me pierdo. Otra confesión: las dos preguntas de por el medio ( "¿quién hace menos creados a los seres? ¿qué alta bóveda los contiene en su amor?") no sé qué respuesta tienen. Resulta que también carezco de educación religiosa, por lo tanto las palabras bóveda, cielo, seres creados, etc, no resuenan en mí con connotaciones religiosas sino, otra vez, físicas, digamos naturalistas por decir algo. La exclamación que sigue a las dos preguntas también me despista. Por suerte después aparece la invocación a la "claridad sedienta de una foma, de una materia para deslumbrarla, quemándose a sí misma al cumplir su obra", y aquí respiro: siento que el poeta habla de la creación poética, de la inspiración artística, ese estado de preñez previo a la concreción de lo intuido en obra. Me gusta la imagen de que ese fervor poético al plasmarse en un poema alumbra la forma y al plasmarse se disuelve ("alumbrar" es iluminar y también parir). En ese sentido entiendo el "como yo, como todo lo que espera" como el poeta antes de escribir el poema. Pero después aparece el "tú", y ahí me vuelvo a despistar, ese "tú" invariablemente me lleva al terreno personal, y más que personal, amoroso, por la boca que espera, el abrazo que no afloja, etc. No puedo intentar compaginar todas estas impresiones y sacar una conclusión redonda del poema, por falta de tiempo (otra vez mi problema) pero sobre todo por falta de interés en las conclusiones redondas: supongo que en el poema está todo, que el poeta quiso sugerir todo, y que si no se resolvió por una forma más clara, a pesar de anhelar la claridad, es porque este remolino (el ritmo del poema me da una sensación de espiral, de remolino) es lo que mejor le iba a sus intuiciones. Pero es muy posible que me equivoque, porque como dije, de Rodriguez no sé nada (qué bueno que tenga un nombre tan simple y común, ¿quiere decir que aunque me llame Marina Pérez todavía puedo tener la esperanza de ser una gran poeta? ,-) )

gotamarina dijo...

Por otro lado....
Fernando, ¿qué es la lucidez? Plantear una disyunción entre felicidad y lucidez como dos opciones alternativas en una encrucijada de caminos me parece una ilusión. ¿Cómo saber que lo que percibimos en nuestro estado de lucidez es más real que lo que percibimos en nuestro estado de felicidad? Recuerdo momentos de mi vida en que me sentí lúcida: solitaria, aislada incluso pero lúcida, y la lucidez fue un alivio, un consuelo, una compañía y en ocasiones hasta un orgullo. Y sin embargo la vida siguió viviéndose y no siempre confirmó lo que sentí en la lucidez. Al fin y al cabo no tengo otra forma de aprehender el mundo que a través de mis percepciones (en el sentido más amplio posible) y mis precepciones cambian, a veces aunque el mundo no haya cambiado, pero si yo percibo distinto, para mí cambió. Quiero decir que lo que percibimos estando lúcidos puede ser tan ilusorio como lo que percibimos siendo felices. Un tema demasiado complejo para reducirlo a unas pocas líneas en un comentario de blog, y más todavía para atreverme a planteárselo a un filósofo, pero bueno. Ahora creo que nunca rechazaría la felicidad (salvo que se base en el dolor ajeno), y si la Diosa Fortuna me toca con su varita mágica, ¡bienvenida!