miércoles, 7 de enero de 2009

Félix Grande | propuesta de Gonzalo

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Fabril templo secreto


Aquel liviano e inmortal vestido
que con mis manos resurrectas
yo arrugaba feliz contra tu carne
guárdalo para siempre en la penumbra
de tus baúles donde nadie pueda
verlo tocarlo olerlo nadie
excepto el tiempo que nos aniquila
Guarda el vestido aquel pordiós consérvalo!

Caerán a nuestros pies como pájaros muertos
nuestra alegría y nuestra juventud
La renuncia y los años darán con todo en la ruina
Pero el vestido aquel que duele
aquella cosa incomparable, el cuenco aquel
de tu calor y de tu olor, que dure,
que dure mucho, que nos sobreviva
Guarda el vestido aquel pordiós consérvalo!

Y que cuando tus deudos hurguen entre las sobras
apasionadas y oscuras de tu vida
nada comprendan de esa tela perpleja
todo lo ignoren de esa cosa suave agazapada
Y que sólo una especie de nostalgia increíble
sin nombre ya y sin nadie y sin sitio
y este poema clandestino y maltrecho
cuenten lo que allí había en el trapo sagrado

..........................................Félix Grande


Comentario:

La más sutil posesión del amor es el recuerdo (¿su victoria?) y si no dura el gozo, lo que contuvo el olor y la forma puede durar, enigmático para los profanos, un poco más. El poema tal vez exprese esa necesidad de que, con todo, algo perdure un poco más allá del placer, alguna forma (testigo) de lo que fue, aunque nadie entienda lo que allí había. Ese deseo (tras el deseo) de una huella que dé testimonio de la carne fugaz, de que perviva el enigma de lo que en su momento enigma de la carne fuera. Algo que sea, de alguna manera, siempre del amante y sólo suyo, que desde la penumbra de los baúles, nadie pueda verlo, tocarlo, olerlo. Deshacerse de ese vestido, de esa tela perpleja, sería, siento al releer el poema, deshacerse del último hilo que nos une a una intensa experiencia, la de la carne perpleja, la del temblor de amar y el asombro de ser amado. Tal vez la única victoria frente al vértigo del tiempo y la vocación de ruina de toda experiencia no sea sino la voluntad de no entender y aceptar, o el infantil empeño de que el calor de la amada que quedó en la tela no sea percibido-entendido por nadie más.

En este poema son muchas las evocaciones que me nacen al releerlo y varios los simbolismos: la memoria como un trapo incomprensible que hallarán en un baúl, la carne asimilada al vestido como cuenco o recipiente de su olor (frasco de esencias), la extraña posesión imposible (otros amantes tendrás pero que nadie huela ese vestido de mi memoria), las manos que acogieron la misma forma del vestido, esas manos tantas veces resurrectas, la desesperada imploración a la amada para que no deje que se pierda el vestido aquel, la perplejidad aquella, etc. Pero me quedo con una evocación más imaginaria: seamos ahora los deudos que hurgan en los baúles de la fallecida, saquemos de su penumbra viejas cartas, fotografías, objetos y, allí al fondo, cuidadosamente doblado, el vestido agazapado. Nos llamará la atención su olor, hecho un poco de baúl, un poco de tiempo y un poco de olvido. Después lo extenderemos y no podremos evitar imaginar un cuerpo dentro (el hueco de la ausencia)… una sensación extraña nos acompañará el resto del día y nunca sabremos de la sensación primera que, atrás en el tiempo inició la cadena que llega hasta esta, cómo llamarla, ¿una especie de nostalgia increíble?

(Me habla mi amada de la crueldad (¿profanación?) de que los objetos nos sobrevivan y añado un último pensamiento sobre cómo algunos objetos (el vestido, el poema) pueden ser eslabones de contagio en una cadena que transmite sentimientos, algo parecido dice Platón sobre los poemas y los rapsodas en el Ion.)
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12 comentarios:

Josep E. Corbí dijo...

1. El poema de Félix Grande me gustó desde el primer momento, y también el comentario de Gonzalo. He vuelto a ambos textos con asiduidad y cada vez los disfruto más. Probablemente por eso, me resulta difícil hacer alguna observación que pueda enriquecer la lectura del poema. Hablaré de lo que va sugeriendo cada estrofa del poema.

2. Los tres primeros versos de la primera estrofa:

"Aquel liviano e inmortal vestido
que con mis manos resurrectas
yo arrugaba feliz contra tu carne"

despiertan mi pasión: habría querido que las manos que arrugaban ese vestido fuesen las mías. Así que con tres versos ya sé de qué estamos hablando. Y, de todos los verbos, 'olerlo' es el que más me excita. Y el verso final, más exaltado, en el que el poeta se hastía de sus propias cursiladas y expresa ahora su añoranza con un grito.

3. En la segunda estrofa, me fascina el primer verso:

"Caerán nuestros pies como pájaros muertos'

Parece que los pies no pueden caer ya más bajo, ya sabemos que se arrastran por el suelo, pero sí, sí pueden, cuando dejan de ser capaces de llevarnos a donde queremos. Entonces, ellos, los danzarines, parecen pájaros muertos. Y de nuevo 'tu olor', ahora ya no el del vestido (oh, siempre me ha gustado que las mujeres lleven vestidos. Son más volátiles), junto con 'tu calor'. Y el último verso que descarga, de nuevo, la tensión con un grito.

4. Y la tercera estrofa: la nostalgia que permanece en el vestido aunque ya nadie pueda sentirla a través de él. Y tan solo quede de la experiencia con la que empieza el poema, la pregunta de sus deudos: ¿Por qué?' A ese estado no quiero que llegar, me quedo con la nostalgia que despiertan en mí los tres primeros versos, mucho más explícitos que el vestido para sus deudos.
Y, por cierto, ¿por qué ha de guardarlo ella?

Fernando Broncano dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Fernando Broncano dijo...

¿Es una profanación que los objetos nos sobrevivan? Me ha dejado intrigado esta pregunta que transmite Gonzalo y que explica con lucidez este poema tan carnal y corpóreo de Félix Grande. Que los objetos guarden un secreto me parece el misterio que transmite el poema. Me ocurre a veces preguntarme por qué memorias están depositadas en las cosas. Me ocurrre en viejas casas que toco y huelo las cosas preguntándome por quiénes las usaron y quiénes fueron los que las hicieron como son. Viejos vestidos, viejas fotos, peines, cajitas, sobres... Me ocurre a veces robarle cosas a quienes quiero para conservar algo de su ser. Siento los objetos como palabras que no soy capaz de descifrar, como reliquias de un tiempo que ya no será mío, como la foto que Roland Barthes lamentaba mirar porque sólo veía que ya no estaba ella. Así que sí, me identifico con la idea de que hay una forma de memoria que guardan las cosas. Descubro, también como Gonzalo, que es una "nostalgia increíble" la forma de aroma que deja esa memoria, sin nombre ya y sin nadie y sin sitio. Me invita el poema a arrastrarme por las paredes, a tocar y oler, a desesperar del silencio de las cosas que uno sabe lleno de mensajes.

gotamarina dijo...

Caballeros: muchas gracias por desnudar vuestras almas.

gotamarina dijo...

Agrego algunas imagenes inconexas a partir más que del poema, de los comentarios de mis contertulios.

Saber deseada a una persona nos hace sentirla deseable, podríamos decir, porque Pepo siente ganas de ser él quien acaricie a una mujer de la cual el poema sólo dice que un hombre la acarició con pasión.

Hermosa transformación de Pepo del sentido de un verso sólo quitando una "a", así deja de ser que la alegría y la juventud caen a nuestros pies como pájaros muertos, para ser los mismos pies los que caen como pájaros muertos. Parece una comprobación de la imagen de las constelaciones que dijo Toni, ¿no? se nos fija una línea imaginaria entre los puntos luminosos y ya vemos sólo eso.

Creo que el vestido tiene que guardarlo ella, y no él, porque si lo guarda él tiene la misma carga que los objetos que roba Fernando a sus seres queridos, es como un talisman a través del cual poseer a la persona que amamos (en presente o en pasado). Pero si lo guarda ella, es otra cosa, es este misterio que propone el poema, que sus deudos no entienden. ¿Por qué Ella guarda un vestido que el único valor que tiene es que en él quedó prendida la pasión de un hombre? Es un homenaje: "Yo fui amada, adorada, reverenciada, cuando mi carne era joven y entraba dentro de este vestido, y ahora que yo ya no puedo ser la misma, ahora que aquél que me reverenció ya no está a mi lado, este vestido es como un templo, una reliquia (en el sentido religioso) que contiene aquello que ya no es".

Me gusta muchísimo la imagen de que la nostalgia de ese amor quede atrapada en el vestido, y que cuando personas ajenas a ese amor se topen con el vestido, de él emane la nostalgia y los impregne, a ellos que no tienen nada que ver, y que estas personas se reconozcan con un humor extraño al cual no saben qué causa atribuirle, pues es del todo desconocido para ellos su origen e historia. Me gusta mucho también el "pordiós".

La pregunta sobre si es tenebroso que los objetos nos sobrevivan me hizo recordar una película española que vi hace muchísimos años, si me acuerdo bien el título es "Madrid" y su protagonista es un actor alemán con un nombre cuyas iniciales son R.V., creo, y el director lo tengo en la punta de la lengua. En ese película hay una escena que me quedó grabada. El protagonista es un documentalista que está en Madrid intentando hacer un documental sobre la Guerra Civil, y compara fotos de la Guerra Civil de los archivos con fotos del mismo lugar donde se sacó esa foto en el Madrid de la actualidad. Lo acompaña una especie de novia o amiga joven, bella y rubia. En la escena que tanto recuerdo están ellos dos juntos, y él le dice que lo terrible de las fotos es que continuarán existiendo después de que hayamos muertos, y le pide que nunca se deje sacar fotos, y que en todo caso, si no tiene más remedio que sacarse una foto, por lo menos que no sonría. Tal vez así suene muy tonto, pero cuando ví la película me impactó.

Mª Jesúsearerine dijo...

Saludos, amig@s,
Con el chelo de Yo- Yo Ma de fondo, con el poema de Grande y con vuestros comentarios empieza un sábado de lujo. Allá voy con el mío (no olvidéis la música que me acompaña).
Si el amor nos redime, serán esos instantes en los que somos inmortales, nuestro perdón y nuestra razón de ser y de existir: “guárdalo en la penumbra” solo a nosotros nos incumbe. ¡Qué fuerza tiene el recuerdo de esa experiencia! Y aunque la realidad más prosaica y brutal se imponga, aunque el vestido ya no duela, aunque ya no sea un trapo sagrado ni un poema maltrecho lo refleje…qué profunda huella dejan esos momentos, “pordiós consérvalo”.
La sensualidad brota fresca en las palabras del poeta y contrasta con brusquedad con aquellas que nos remiten a la decadencia- pájaros muertos, ruina, renuncia…- puede que todas las emociones se atemperen con el paso del tiempo, ese buldócer hostil y frío, y solo el recuerdo permanezca de lo que otros y nosotros fuimos, y únicamente un trozo de “tela perpleja” (qué bello) sea testigo de ese instante glorioso, de ese golpe de suerte.
La expresión, “pordiós consérvalo”, me ha llegado al alma. Y más que ser amada-o, me enternece y me conmueve la capacidad de amar.
Por cierto, Gonzalo, es un detalle personal, sin más información que la expresión de un sentimiento: tuve que "hurgar entre las sobras" y aquello fue como una profanación, ciertamente como dice tu amada:los objetos duelen.

meteco diletante dijo...

El principio del poema me ha tirado para atrás, quizás eso de poner liviano, inmortal y resurrectas en sólo dos versos me pareció excesivo. Afortunadamente, lo que sigue recupera una “normalidad” expresiva. Sigo leyendo: baúl, vestido (viejo), tiempo (que aniquila), pájaros muertos, ruina, sombra, trapo sagrado. Me vuelve a parecer excesivo, pero esta vez no por el uso de palabras metafísicas, sino por el filtro de color fango y sepia que empieza a proyectarse por todas partes, como en una leyenda de Poe. Evidentemente el poema logra lo que quiere, y los comentarios de Gonzalo sobre los objetos-memoria y su recalcitrante empeño en sobrevivirnos me parecen muy atractivos para la reflexión; como doctorando sobre Proust me las tengo que ver bastante con objetos parecidos. La parte del amor como siempre se me escapa y hace que la cosa pierda su relación conmigo, respiro aliviado al verme fuera de imaginaciones tan tenebrosas meláncolicas.

Es común cuando nos hacemos representaciones de nuestra no existencia el problema que nos plantean nuestros objetos queridos al sobrevivirnos. De hecho, podemos pensar un testamento como la forma de seguir disponiendo de nuestros objetos una vez muertos más que como una transmisión de ellos. Y algo de eso hay en el poema, el vestido tiene que ser siempre el vestido de ella, siempre que se vuelva a mostrar deberá oler a “su” olor, deberá sentirse “su” calor. Me vuelve a entristecer este hecho, cosas en lugar de personas que ya no están. Lo bueno de los recuerdos en Proust es que no son nostálgicos, al menos los de la memoria involuntaria, no remiten a algo desaparecido, sino que revelan, como algo nuevo, una esencia que no habíamos advertido en la vivencia original, el recuerdo no tiene como mera función señalar algo pasado y mostrar una ausencia, sino colmar un momento presente; así deja de tener importancia qué o quién estuvo dentro del vestido o qué cosa pasó.

saludos

Josep E. Corbí dijo...

1. Toni, no veo por qué por del hecho de que, en Proust, "el recuerdo no tiene como mera función señalar algo pasado y mostrar una ausencia, sino colmar un momento presente", se siga "así deja de tener importancia qué o quién estuvo dentro del vestido o qué cosa pasó." No me parece eso sea cierto de las experiencias que, para Proust, recobran el tiempo perdido. Lo particular está presente en esa experiencia, aunque, como tú dices, la relación con el mismo no sea nostálgica.

2. Por cierto, hace ya muchos años alguien decidió esculpir el vestido que encontró en un baúl e impregnarlo de calor y de olor:

http://images.google.com/imgres?imgurl=http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/c/c6/Nereids_Nereid_Monument_BM_908.jpg/79px-Nereids_Nereid_Monument_BM_908.jpg&imgrefurl=http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Nereid_Monument&usg=__kSuL_A2E3rRlhwNZhSxCuZJE6LM=&h=120&w=79&sz=4&hl=es&start=102&sig2=uin9-y7Etct-TuBlQ5__Xg&tbnid=M7MKDP_TZ36gEM:&tbnh=88&tbnw=58&ei=xEZqSYeCD8_DjAfh9JywCA&prev=/images%3Fq%3Dnereids%26start%3D90%26gbv%3D2%26ndsp%3D18%26hl%3Des%26sa%3DN

meteco diletante dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
meteco diletante dijo...

Quizás he querido resumir demasiado. Tendría que revisar todos los momentos de tiempo recobrado y sus objetos (la magdalena, las losas, la servilleta...) casi podría asegurar de antemano que las particularedes de los momentos que vuelven en esas experiencias tienen importancia. Me doy por satisfecho si he logrado distinguir el recuerdo de carácter vitalista de Proust al del poeta (cualquiera) que te dice solamente: "mira, fuiste así", que resulta muy melancólico, éste señala algo que ya no somos y que por lo tanto es ausencia. Quizá el error también fue intentar comparar experiencias-recuerdo que tienen distintos objetos, en Proust siempre un yo, y en el poema de Gonzalo una tercera persona, caso en el que sería más difícil soslayar la particularidad del objeto-recuerdo.

Por cierto, ¡el traje que has colgado es tan horrible como me lo representé!

Nuño dijo...

Uno de estos días me entretuve un rato "visitando" la dubitativa película de "El buen ladrón" en la que el protagonista (Nollte), muchas veces resurrecto de sus adicciones, recoge, ampara y termina amando a una muchachita, demasiado sabida, que en las escenas finales nos da la espalda, alejándose de una cámara hipnotizada por la belleza de un cuerpo que no sabemos qué vestido cubre. En esos momentos pensaba en el poema de F.G.y me decía que la "grandeza" del texto está en ese sutil juego al que nos somete el poeta, descargando la luz de lo que dice ("vestido inmortal",
"cosa incomparable", "cuenco", "tela perpleja", "cosa agazapada" y "trapo sagrado") y cubriendo de penumbra lo que quiere que el lector alumbre ("tu carne", "tu calor" y "tu olor"). Dos planos poéticos que se solapan: uno de abundante y graduada denotación (desde "vestido inmortal" hasta "trapo sagrado"), como lo que se dice y se quiere decir; y otro de mínima connotación, como lo que apenas se dice y no se quiere decir. Pero, para mí como lector, cómplice en manos del poeta F.G., me interesa más lo que me cuesta ver y no veo que lo que veo sin querer. Es ese desafío y su posterior alumbramiento el que hace "grande" a este poema. Cuanto más se lee, uno se va olvidando del vestido y va creciendo el deseo de conocer aquéllo que "allí había", ese cuerpo que hace resucitar las manos y que se resucita a sí mismo en el recuerdo, gracias a la inmortalidad de aquel "trapo sagrado". Esta transmutación es la leyenda que tienen que contar (el "cuenten" del final) la nostalgia y el mismo poema.
No es circunstancial que F.G., imitando a Pessoa, recurra a un heterónimo, Horacio Martín, como autor del libro más desnudo de F.G., un libro de amor y exasperación, en el que el cuerpo de las mujeres y el lenguaje se convierten en el universo propio de Horacio Martín: ese es el secreto del poema "Fabril...".
Me encanta el ritmo silábico del texto: en esto de la musicalidad, F.G. hizo honor a su apellido en toda su obra y en alguna parte de ella, sigue siendo memorable. No me gusta, en cambio, que implique al mismo poema, por lo de la redundancia. Gracias, Gonzalo, por la propuesta y por tu desnudo comentario. Salud para tod@s.

Nuño dijo...

Perdón por mi olvido y dadme la licencia de volver a manosear el texto. Se salva la "aspereza" de ese "resurrectas" porque responde al "inmortal" del verso anterior. La exasperación del heterónimo convierte al final al "inmortal vestido" en un trapo, "sagrado" sí, pero, a la postre, trapo. Y en ese "pordiós consérvalo" que se repite para delimitar espacios estróficos" habla F.G., no su heterónimo, habla, sin pudor, coloquialmente. Se nos termina entregando el poema sin punto final para convencer al lector de que es él a quien le corresponde cerrarlo. Salud.