miércoles, 15 de abril de 2009

Antonio Gamoneda | propuesta de Pablo Ferri

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INVIERNO

La nieve cruje como pan caliente
y la luz es limpia como la mirada de algunos seres humanos,
y yo pienso en el pan y en las miradas
mientras camino sobre la nieve.

Hoy es domingo y me parece
que la mañana no está únicamente sobre la tierra
sino que ha entrado suavemente en mi vida.

Yo veo el río como acero oscuro
bajar entre la nieve.
Veo el espino: llamear el rojo,
agrio fruto de enero.
Y el robledal, sobre tierra quemada,
resistir en silencio.

Hoy, domingo, la tierra es semejante
a la belleza y la necesidad
de lo que yo más amo.
.............Comentario
Varias cosas me emocionan de este poema. En primer lugar me admira la forma tan natural de relacionar opuestos como la nieve y el pan caliente. Uno de los recuerdos de mi infancia es la sensación de pisar la nieve por primera vez y el ruido mágico que hacía, tan contradictorio con lo que uno esperaba de antemano. Me parece también muy hermosa la forma de hablar de la mirada limpia de algunos seres humanos, la maravillosa mirada que nos regalan los niños, que me regalan mis hijos, o las personas que han permanecido intactas a pesar de todo.
Me fascina la forma en que el poema es un paisaje del alma, la forma en que los lugares van entrando suavemente en nuestras vidas, el modo en que el espacio que habitamos nos configura y nos transforma… siempre que miremos de forma adecuada. Desde que hace unos meses nos vinimos a vivir a la sombra del Montgó, la montaña, como el mar y la luz de aquí se han ido haciendo un espacio que parece imposible ya llenar con cualquier otra cosa. Tiene uno la sensación de vivir siempre en un estado de excepción, en un momento mágico imposible de atrapar.
Este poema tiene, desde mi punto de vista, la virtud de darle la vuelta a muchos de los prejuicios que sobre el mundo nos han inculcado: la supuesta suavidad de la nieve y su tacto como de algodón, la frialdad poco acogedora del invierno... Estamos predestinados a ciertas imágenes que determinan nuestra experiencia del mundo y el poema de Gamoneda, viene a darles la vuelta. Por otro lado el poema es como una celebración de la vida y de la belleza y del amor de las personas que amamos, de la maravilla de la vida como una mañana de invierno, de un largo invierno, frío y acogedor, luminoso y bello.
Un abrazo desde mi pequeño rincón soleado del mundo.
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11 comentarios:

Nuño dijo...

Largo se me ha hecho este tiempo de espera. Gracias, Pablo, por acortármelo y presentarnos por fin a A.G porque, como le ha sucedido entre los círculos poéticos españoles, parecería natural que se repitiera así en nuestro blog.
Este gesto nos salva a todos los contertulios de la "sordera" que condenó al poeta a un largo exilio interior, bastante habitual entre nosotros, del que acaba de salir cuando su juventud es ya memoria y su madurez tiene un tiempo ya contado. (Qué desperdicio, por favor).
Y Pablo nos abre ahora los oídos y nos contagia su emoción (por esa relación de opuestos, por ese paisaje del alma...) por un poeta que, como yo, gozó y sufrió de siete nevadas cada invierno.

Hace un mes (me alegra que este último quinquenio poético pueda llamarse quinquenio "gamoneda")decía en la prensa A.G que entendía más de vino que de poesía y a mí me sucede que entiendo más de poesía que de Gamoneda. Quiero indicar con ello que "Invierno", siendo un poema ya con muchos signos identitarios del autor (por ejemplo, esos "Yo veo...", "Veo el...") no debe tomarse como muestra modélica de su escritura. "Invierno" pertenece al poemario "Blues castellano", último libro de juventud, con claras connotaciones antifranquistas, camino ya de sus obras de madurez. Y es aquí en esta etapa donde aparece ya formada la "voz", el estilo de Gamoneda, una escritura hermética y a la vez diáfana. Y así hay dos Gamonedas: el del hermetismo que obliga, a sus acólitos, a una lectura total de su obra para desentrañar toda la memoria del sorprendente lenguaje que maneja y, a veces, de la novedosa sintaxis, así como su peculiar anatomización de distintos elementos físicos; y el otro, el de la diafanidad que deslumbra al lector y le engancha a una nueva relectura, satisfecho no por el sentido sino por la dicción. No extraña pues que A.G. sostenga que "la poesía tiene que ser subversiva en el lenguaje, no en su contenido".Y así es: "Invierno" ya anuncia ese festín del lenguaje.

Salud para tod@s.

Josep E. Corbí dijo...

Me emociona este poema del mismo modo que lo hacen otros poemas de los *Blues Castellanos*: se encuentran de un modo sencillo con mi experiencia, transforman en inteligibles por un instante (sí, la inteligibilidad que nos revitaliza es cuestión de instantes) mi contacto con una naturaleza desnuda al tiempo que poblada. Siempre he sospechado que hay una manera menos cursi y, tal vez, más profunda, de sentir la naturaleza, pero esta es, en gran medida, la mía y Gamoneda me ayuda a vivirla con mayor intensidad. Y me alegra, además, Pablo, que a ti te ocurra algo parecido y que vuestra estancia en Denia, junto al Montgó (ese lugar tan amado por Pepe Blasco), os siga haciendo regalos.

Por destacar algún aspecto del poema, me sobrecoge especialmente la idea de la mañana que entra suavemente en mi vida, el silencio de los árboles de hoja perenne que el frío acentúa, y esa experiencia de la unidad de lo bello, lo necesario y lo amado.

Beatriz dijo...

Comparto plenamente lo que dicen Nuño y Pepo: por un lado el reencuentro con un viejo amigo, un poeta olvidado, que leí mucho en otro tiempo, y que no sé por qué nunca sale en las historias de la literatura o como mucho en una línea... (Mi sueño es hacer un manual de historia literaria "a mi manera"). Por otro la comunidad de sentimientos, la mirada hacia las cosas, hacia su belleza y su ternura natural.
Me pasa como ha pasado ya varias veces en este blog, los comentarios de Pablo y de Pepo, su conexión con la experiencia del poema, me lleva a que ya sólo pueda leerlo escuchando sus voces, que ya para siempre en mi lo enriquecen.

Beatriz dijo...

Os cuento una experiencia: ayer me tocó hacer de jurado en un premio de poesía en el pueblo al lado de la UAB, cada año va un profe distinto, y casi me da algo, la verdad!!! De 37 poemas que se presentaron, para mi sólo dos eran poesía, ninguno de los 2 quedó entre los 10 primeros... cuando acabó el asunto, después una batalla con los otros miembros del jurado, me invadió una gran sensación de estafa. Creo que vivimos un momento donde se nos estafa con qué cosa es la literatura y qué cosa es la poesía, todo el tiempo. Muy poca gente ya lo sabe, y lo digo siendo una gran lectora de best seller, pero para mi eso es otra cosa... Así que me reconforta mucho teneros, me reconforta que Pablo lea a Gamoneda, pasee por su entorno vital y haga poesía verdadera. Gracias

Fernando Broncano dijo...

¡Qué extraño suena Gamoneda en este poema! pertenece a la etapa en que aún nada conocido tenía que sobrevivir como podía y, sin embargo, como dibuja este paisaje interior, lleno de sensibilidad a lo que tiene alrededor, a su tierra, en un blues que está lleno de nostalgia. ¡Me alegra tanto la elección!. También como Nuño, lo esperaba pronto: como Aníbal Núñez, Gamoneda tiende a ser muy de casa, por la cercanía geográfica, con su familia (Amalia Gamoneda). Quizá en una de estas debiéramos leer un poema de madurez, cualquiera de los heladores poemas de la desesperanza de "Arden las pérdidas", donde aprende a romper el lenguaje y alcanza las honduras de Celan.
Del poema me sorprende mucho la última frase: "la tierra es semejante a la belleza y la necesidad de lo que yo más amo": si se lee sin romper los versos es una prosa extraña en la que se compara lo material concreto con lo etéreo abstracto: belleza,necesidad.
Entiendo la osmosis del paisaje y el momento, entiendo su dulzura, aunque me resulta extraño y aún lejano.
Por ahora está en una fase aún de poemas bellos (casi bonitos), que luego serán sublimes. Dos maneras de mirar a los montes de León, llenos de espino y robledales.

meteco diletante dijo...

Ayer, de puro desquicio por el tema oposiciones (lo que peor llevo es la contención de la voluntad, hasta ahora filosofía y voluntad eran una), cogí la moto y me fui hacia Alicante, estuve por Santa Pola y Elche, no recordaba haber estado allí. A la vuelta pasé por Denia y Javea, pueblos por los que siento casi reverencia —cuando estuve de jefe de ventas, llegué al extremo de dejar a estos dos pueblos sin representante y los cogí como vendedor; después de las visitas a los clientes me iba al Pegolí a comer un arroz y por la tarde a repantigarme a la Granadella; eran de mis días favoritos en todo el año—. También, muchos de mis mejores recuerdos de noches de verano tienen que ver con Denia y Javea, sobre todo las noches en el “Octopus” y en “La hacienda”. Si mirara a algo en concreto cuando el poeta nos dice: “mira, fuiste así”, me miraría en una de esas noches. Ayer, cuando escuchaba las conversaciones en inglés, francés o alemán de las otras mesas mientras comía, no pude evitar pensar en los comentarios sobre el Sur de hace poco en Pan de humo —así que esto es el Sur para parte de Europa, ya ves, y aquí tan cerca, siempre pensé en otra parte—. Siguiendo con el pensamiento sobre el Sur, Pablo ahora se me antoja como un balinés, y no me extraña que se sienta “atrapado” por alguno de los efectos de vivir en lo que muchos nos representamos como el paraíso, allí ni hablaría la mayor parte del tiempo.

Dicho esto, lo que me llama la atención en el poema, es la sorpresa que se lleva Gamoneda porque las miradas sean limpias, como si uno esperara que de suyo fueran turbias. Me desconcierta esa indicación en medio de unos versos tan armoniosos, tan sosegados. Mi anterior desconcierto sobre la mirada humana me vino de Hegel, cuando indica que si miras dentro del ojo humano, a través de la retina, ves el vacío, la pura negación, la nada; ahora solo veo eso si me detengo a mirar ahí, es cierto, hay un vacío tan limpio como una noche estrellada y te invade la sensación de que eso que ves es lo contrario de lo que hay fuera del ojo, a tu alrededor. Si se mantiene ese recuerdo y esa desconcierto al llegar a los versos del río como acero oscuro rayando la blanca nieve, logra sobrecogerme un tanto, pero sobre todo se intensifica el desconcierto ante la visión de una belleza fría, amenazadora y tranquila, como algo que te dejarías clavar sin miedo.

Saludos a todos.

Fernando Broncano dijo...

Por cierto Meteco y Pablo, me habéis devuelto recuerdos de niñez y sobre todo adolescencia, ligadas a los larguísimos veranos en Jávea. Era entonces un pueblo de pescadores al que habían llegado ministros de Franco y estaban comenzando a vender como locos los acantilados y los bosques, aún se podía sin embargo pasear por ellos sin que lo impidieran horrorosas acumulaciones de urbanizaciones. El Montgó, al que subía todos los veranos era algo misterioso lleno de magia y majestad, y sus laderas aún estaban puras. Iba a Denia en el pequeño trenecito entre cañizaes y viñas de moscatel para mistela. Más tarde abrieron comenzaron las discotecas, las urbanizaciones, los alemanes,... Volví luego, al cabo de muchos años, y decidí no volver. El desastre me resultaba insoportable. Supongo que para los que vivís allí no lo es tanto, no puede serlo. En fin, el comentario no está tan lejos de lo que decía en el primero entre las dos miradas de Gamoneda, la del blues y la segunda que se aproxima más al butoh japonés.

meteco diletante dijo...

Sí Fernando, lo que se ha hecho en todo el litoral valenciano llena de tristeza a cualquiera, aunque vivamos aquí. No te llegas a acostumbrar nunca, la única defensa es no pensarlo y fijar la mirada en el mar o en la parte alta del Montgó, donde no hay casas. Tengo también el recuerdo de los veranos de niñez por toda la costa valenciana, mi padre era muy aficionado al mar y todos los años nos pasábamos el mes de agosto navegando de cabotaje hasta llegar a Calpe, y de ahí a Ibiza. Conocí todos esos pueblos a mitad de los 70, no deberían cambiar mucho de como los conociste tú, y puedo comprobar el desastre que se ha hecho, sobre todo en los últimos años. Desde el mar los pueblos aparecían aislados, con sus distancias entre ellos. Hoy es practicamente un paseo marítimo urbanizado desde Culllera hasta Santa Pola y desde Valencia hasta Vinaroz. Lo vi venir desde hace muchos años, cuando iba a visitar proveedores a Italia y pasaba por la ribera francesa, megaurbanizada ya desde hace medio siglo, sabía que tarde o temprano pasaría aquí y en Ibiza, y no ha sido de otro modo. Dentro de poco le pasará a Marruecos también, hasta que unamos el desierto del Sahara con el de ladrillo.

Nuño dijo...

Perdón por volver a asomarme. Donde dije que "entiendo más de poesía que de Gamoneda" quería escribir que "entiendo más de aguardiente que de Gamoneda". Así tenía sentido el recurso al "espejo" que pretendía con esa mirada.

Josep E. Corbí dijo...

Comparto con Fernando y Toni, el peso que tienen, en el disfrute de un paisaje, las heridas que el ser humano le abre. A veces, me descubro haciendo un esfuerzo por olvidar las antenas y edificios que me rodean, para ver las nubes; o apartar los ruidos, para oír el piar de un gorrión. Cuando me encuentro con un paisaje limpio y sin cicatriz, me doy cuenta de que ese ejercicio me agota. Sin embargo, la amenaza de la mano del hombre tiene tanta presencia en mí que esa ausencia de herida la vivo como un accidente, como una situación transitoria, por lo que no puedo dejar de anticipar su destrucción en el momento mismo en el que disfruto de su salud. Toni anticipaba la destrucción de la costa valenciana al ver cómo se agolpaban los edicios en la costa azul. Lo que ocurre es que, en mí, esa anticipación tiene tanta presencia que, ante el paisaje más denudo que me pueda encontrar, temo que, en cualquier recodo, se rompa el encanto y aparezca por el suelo una lata de coca-cola o una zapatilla perdida, como signo inexorable de una profanación. Y, después caigo en que lo que ahora no veo como tal, los viñedos de los que habla Fernando, en el fondo lo son, pues nacen de un paisaje más desnudo que ya ni siquiera sabemos ni necesitamos soñar, a diferencia de nuestra necesidad actual de eliminar con el esfuerzo de la voluntad los apartamentos de los que sus compradores se sienten tan orgullosos, aunque les molesten los de los demás. Y, después de darle tantas vueltas, me alegro simplemente de que haya aire que yo pueda respirar y, si encima, la luz (o la lluvia) me baña, qué voy a deciros de tan exquisito festín.

Fernando Broncano dijo...

Pepo, tienes razón, pero cada cosa tiene su momento, como dice el Eclesiastés: vengo de correr por el Campo del Moro, a la sombra del Palacio Real, y el mundo parecía como recién hecho: el bosque de cedros húmedo, las catalpas, durillos y castaño de indias en flor, el boj, el espino... hasta Def Con2, Eskorbuto, Sociedad Alcohólica y Resistencia sonaban tiernos en el ipod, fijáos; "FoxyLady" parecía una canción de amor. Soy muy urbanita y amo Madrid, pero las encinas y los cuartetos de Shostakovich (gracias Jvega por el regalo) tienen otro momento y otro tempo. Como los dos gamonedas. Perdon por tanto escrito.